V
Lucas XXIII; 46.
«¡Mi espíritu en tus manos encomiendo!», Salmo XXX, 6.
le dijiste a tu Padre, ante quien tiemblan
las aguas, y tembló la tierra toda
de parto en agonía. Y era el alma
de larga espera, la de Adán. Encélado
que al sentir en sus huesos de tu sangre
calarle el riego, sacudió la capa
del barro maternal que le cubriera.
Por su boca enfusole Dios el alma,
y le entregaste tu postrer aliento
por tu boca, Jesús, eternal fuente
que canta en la espesura de la selva.
«¡Mi espíritu en tus manos encomiendo!»
De tu Padre en las manos invisibles,
cimientos y techumbres del abismo,
manos que nos hicieron a tu imagen,
¡recostaste en sus manos hacedoras
tu espíritu al rendirse de dolor!
Miguel de Unamuno