XXXVIII
CIERVO
Herido por nosotros como ciervo
que a morir corre al matorralo nativo,
Te escapaste a la cima del calvario
moribundo de sed por la sangría,
cruzando por las calles de amargura,
de tu amor al celeste abrevadero,
y «¡Tengo sed!» gemías. Y nosotros, Juan XIX, 28.
tus hermanos y crueles cazadores,
muertos de sed, también, tras de la fuente
de tu vino marchamos por las huellas
de sangre de esta vida de amargura.
Que si en las bodas de Caná cambiaste Juan, II.
en vino el agua, en el martirio cruento
de tu pasión volviste al rojo vino
en agua viva de Sicar, que apaga Juan, IV.
para siempre la sed. Diste tu sangre
de amoroso talante, a trueque místico,
a nuestras almas, las samaritanas
de seis maridos, locas concubinas
del saber que nos hincha y no conforta.
¡Y el corazón asendereado a tuertas
por los senderos del mundano siglo,
topa, por fin, con el brocal del pozo
de tus entrañas, su cobijo, y tiéndese
de tu boca al amparo a revivir!
Miguel de Unamuno