XX
ÁGUILA
Águila blanca que bebiendo lumbre
del Sol de siempre con pupilas fulgidas
nos la entregas, pelícano, en la sangre
de tus propias entrañas convertida;
Águila blanca, ¿por qué así tus ojos
vela esa negra nube, esa cimera
de nazareno? Luz nos das; antorcha
tu corazón que ardiendo nos alumbra
y nos aveza a hacer de nuestra sangre
luz de tu luz. Eres la luz, Tú, el Hombre,
que esclarece en el mundo a los mortales.
¡Luz, luz, Cristo Señor, luz que es la vida!
Cuando muramos, en tus blancos brazos,
las alas de la Muerte Emperadora,
llévanos hasta Sol, allí a perderse
nuestros ojos en él, a que veamos
la cara a la Verdad que al hombre mata
para resucitarle, Águila blanca
que a raudales bebiendo viva lumbre
del Sol eterno con divinos ojos
nos la das en tu sangre derretida,
llévanos a abrevar del Sol eterno
con nuestros ojos luz, a que veamos
la cara a la Verdad. Que las lechuzas
de Minerva, que no ven más que a oscuras,
pues las deslumbra el mediodía, busquen
en la noche su presa. No lechuzas,
águilas nuestras almas, que muriendo
vivan por ver la cara a Dios. ¡Mirada
danos de pura fe, que la Mirada
resista en los ojos deslumbrantes
de la Verdad, del Sol que no se extingue,
de la cara de Dios que nos da vida
cuando con su mirar muerte nos da!
Miguel de Unamuno