XVIII
VINO
La viga maestra del dolor macizo
a que la piedra del remordimiento,
por el rodezno de la culpa obrando,
sobre tu corazón su pesadumbre
cargó, y enderezaron como vírgenes
las tristes manos pecadoras de Eva,
sobre el lagar divino de tu pecho
pisó el licor que nuestras penas lava.
Triste es el vino en el desierto, en donde
no hay agua, madre de verdor riente;
triste el vino cual sangre y triste tu alma, Mateo XXVI, 38.
Jesús, hasta la muerte. Mas tu jugo,
mientras no entremos al divino océano
sin haz ni fondo y sin orillas, abra
de nuestros ríos todos peregrinos,
sostén de esta jornada dolorosa
por el desierto de la vida humana,
es tu vino, Señor, tu propia sangre,
tu vino triste del dolor, el vino
de la vid de que somos los sarmientos. Juan XV, 5.
Triste es el vino, sí; mas nos embriaga
y nos trae la ilusión con el olvido.
¡Oh embriaguez de la sangre redentora,
del vino del desierto falto de agua;
locura de la cruz, dolor sabroso,
despego de la vida, tú nos borras
el dejo de vinagre que en la esponja
de su vano consuelo nos da el mundo!
Y hay en el vino de tu sangre, ¡oh Cristo!,
agua también, de cumbre y sin mancilla,
licor de vida que la sed apaga
para siempre jamás a quien lo bebe
y vuélvese en su dentro manadero Juan IV, 14.
que le da un sempiterno reviver.
Miguel de Unamuno