CXVIII
IRREQUIETUM COR
Recio Jesús ibero, el de Teresa,
Tú que en las más recóndita morada
del alma mueres, cumple la promesa
que entre abrazos de fe diste a la amada.
Gozó dolor sabroso, Quijotesa
a lo divino, que dejó asentada
nuestra España inmortal, cuya es la empresa:
«sólo existe lo eterno; ¡Dios o nada!»
Si Él se hizo hombre para hacernos dioses,
mortal para librarnos de la muerte,
¿qué mucho, osado corazón, que así oses
romper los grillos de la humana suerte
y que en la negra vida no reposes
bregando sin cesar por poseerte?
Salamanca, 26-XII-1910.
Miguel de Unamuno