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Tus ojos son los de tu madre, claros,
antes de concebirte, sin el fuego
de la ciencia del mal, en el sosiego
del virgíneo candor; ojos no avaros
de su luz dulce, dos mellizos faros
que nos regalan su mirar cual riego
de paz, y a los que el alma entrego
sin recelar tropiezo. Son ya raros
ojos en que malicia no escudriña
secreto alguno en la secreta vena,
claros y abiertos como la campiña
sin sierpe, abierta al sol, clara y serena;
guárdalos bien, son tu tesoro, niña,
esos ojos de virgen Magdalena.
Bilbao, IX-1910.
Miguel de Unamuno