LOS ÁNGELES DE LA GUARDA
Nuestros sendos ángeles de la guarda,
el mío y el tuyo,
entre sí ¿qué se dicen cuando estamos
tú y yo juntos?
Siendo niños —¿te acuerdas?— mi criado,
que no era mudo,
goteaba a tu niñera en los oídos
el dulce jugo
de palabras de amor, mientras nosotros,
a nuestro gusto
libres, jugábamos a lo que luego
nos llevó el mundo.
¿Tienen sexo los ángeles acaso?
¡Secreto oculto!
Mas cavilando en ello un día y otro
ya no lo dudo.
¡Es ángela tu ángel! Mi creencia
mira, la fundo
en cómo se distrae, cual si al oído,
con disimulo,
mi ángel le goteara unos requiebros
puestos en punto.
Porque mi ángel, el que como guarda
Dios me le puso,
está por mi tan bobo, tan chiflado,
es tal el culto
que a mi espíritu libre rinde el pobre,
que es ya un abuso,
abuso de mi parte, se comprende,
y esto no es justo.
Y si esto sigue así, mira tendremos
—¡empeño rudo!—
nosotros que guardar a nuestros ángeles,
pues son tan puros...
Miguel de Unamuno