POR DENTRO
I
¿Es que acaso conoces tú la angustia
de sentir tu regazo
sacudido de un ser que desconoces
y sin poder librarlo?
¿Ha sentido tu espíritu en congoja
los apuros de un parto
que no da a luz y queda entre dolores
como un esfuerzo vano?
¿Sabes lo que es sentir tus pensamientos
agitarse en la sombra, por debajo,
y no verles los ojos
ni de su voz sentir el dulce llanto?
¡Tener dentro del alma hijos que viven
atormentados,
que te piden la luz y tú no logras
darles descanso!
Algo grande se agita en mis entrañas,
algo que es soberano,
algo que vive
con un vivir oscuro y abismático.
Y ¿no será mejor que allí lo deje
sin al mundo sacarlo,
y que viva su vida de tinieblas
en hermético arcano,
sin cobrar voz ni forma,
sin tener que encarnar en cuerpo extraño?
Pues extraño a toda alma es todo cuerpo;
todo pensar callado,
así que toma voz y habla a los hombres
del mundo en el teatro,
pierde la oscuridad en que guardaba
todo el celeste encanto
de su virtud fluida,
y es cual duro guijarro,
en vez de ser esencia vaporosa
que del Sol a los rayos
se ha de bañar un dia cuando vuelva
al seno del océano
de que surgió, perdida nubecilla,
que el viento de rechazo
me trajo al alma,
donde le doy amparo.
II
¡Oh, no poder dar luz a las tinieblas,
voz al silencio,
que mi dolor cantara
el salmo del misterio!
¡Oh, no poder decir lo que se muere
en sagrado secreto,
antes de haber nacido,
en el sepulcro-cuna de lo eterno!
¿Dónde está vuestro aroma de ambrosía,
¡oh, flores del invierno!,
que antes de abrir al Sol vuestras corolas
—¡dulce consuelo!—
volvisteis a los campos
a que la Muerte baña con su riego?
¡Cantar lo que no cabe
ni en palabras ni en tonos es mi empeño,
y decirte, mi amor, aquí, al oído,
mi corazón entero,
con su ritmo, sin música, ni letra,
con todo su silencio!
Terrible es la palabra
y su poder, poder de mal agüero.
Muere en ella la idea cuando nace,
enterrada en su cuerpo,
como muere al dar fruto,
del todo nuestro anhelo.
Que al tocarte mi fiebre en ti despierte
la fiebre de tu seno,
y se fundan así nuestros ardores
en un mismo deseo.
Calla, mi amor, cierra tu boca fresca,
que así tí quiero;
donde dejó su huella la palabra
no anida bien el beso.
Calla, que hay otro mundo
por dentro del que vemos,
un mundo en el que tejen las tinieblas
y es todo cielo.
III
¡Pobre mortal que crees en tu locura
buscar la dicha,
mira cómo te lleva
de su mano la vida...!
Sueñas la libertad, perdido el seso,
y te imaginas
que ella ha de hacerte hombre,
mas ¡ay de ti aquel día
en que en sus brazos caigas y en tu pecho
reviente, así que caigas, el enigma!
Tú corres tras de un hito,
mas hay un Dios que dentro tuyo habita,
que es quien te lleva,
quien tu suerte encamina,
y ese tu Dios en otro blanco tiene
puesta la mira,
y mientras crees alzarte a tus estrellas
a las suyas te guía.
¿Ves esa muchedumbre
que con furor se agita?
Dan todos una voz, todos un grito,
la bandera es la misma,
mas si es una la queja
son muchas las heridas;
cada cual con la suya
que cela en sí, y del mundo desconfía.
Lanzáronse a la plaza
buscando de sus penas medicina,
huyendo sus pesares,
por no verse en la sima
de la miseria,
la soledad huyendo de sí mismos,
buscando olvido en la revuelta liza.
Y todos braman a una
y a todos ciega les sacude la ira,
y cada cual ignora
lo que a su hermano el corazón le mina.
No hagas caso a los hombres
que se juntan y gritan;
si una endecha da el coro
de cantares distintos va tejida,
y cada cual encubre
dentro el alma intranquila
bajo el grito común su propia queja,
para no oírla.
Buscan, pobres, olvido,
buscan bregando en la común porfía,
adormecer sus penas,
echar fuera la vida
y acallar las domésticas cuestiones
con el huero fragor de las políticas.
No hagas caso a los hombres
que se juntan y gritan;
hojas sus gritos son que el viento lleva
mientra en silencio su dolor radica.
Baja, pues, al silencio
y espera a que el dolor allí te rinda.
IV
Es el dolor la fuente
de que la vida brota,
es el dolor la flor de lo divino
es la corona
del infinito anhelo,
es el dolor el beso de la boca
de nuestra eterna Madre
la que en el cielo llora.
Cuando calla el Dolor se oye a la Muerte
las alas tenebrosas
batir en los profundos
cual si fuesen las olas
del mar de la ilusión en que los seres
sin rumbo bogan;
donde se mecen, frágiles barquillas,
las fugitivas formas,
donde esas que llamamos leyes se alzan
cual escarpadas rocas
en que buscando aquéllas su refugio
pronto perecen rotas.
Es el dolor del árbol de la vida
la savia vigorosa;
cuando el mundo va a hundirse en la inconciencia,
¡Dios surge y sopla!
Y es su propio dolor, dolor intenso
que a las almas azota,
y las almas buscando algún alivio
se revuelven ansiosas
y hacen el mundo,
que así resulta ser del dolor obra.
¡El dolor o la nada!
¡Quien tenga corazón venga y escoja!
Dice un refrán antiguo y triste: «Un clavo
saca a otro clavo», y toda
la ciencia del dolor en él se encierra;
es la corona
del saber que en su pecho dolorido
quien padeció atesora.
Matarás una pena
sólo con otra,
si ésta es más pura y grande, más divina,
si ésta es más honda,
y cuanto más lo sea
más lleva en sí sustancia de congoja,
puerta divina
por donde se entra en la anhelada gloria.
Y allí en los brazos de tu Madre eterna,
¡oh, mi a!ma sufridora!,
juntándote a las almas que sufrieron
como tú, en una sola
consolación, las lágrimas
recibirás que de sus ojos lloran.
Será vuestro consuelo
bañaros en las ondas
de las eternas lágrimas que curan
por fin toda congoja,
pues en lo eterno del dolor divino
la amargura se borra,
y la miseria deja al miserable
dulzura muy sabrosa.
Métete en tu dolor y en él trabaja
por escardar la broza.
V
¿No te acuerdas, mi amor, que te decía
cómo en mi seno luchan
por darse a luz oscuros pensamientos
sin voz y sin figura?
Son mis dolores, hijos desdichados
que mueren en la cuna,
cuando no logran que de fuera a ellos
otros acudan,
y los llamen, los saquen, los abracen,
con ellos se confundan,
y en dolorosa comunión besándose
frutos de amor produzcan.
Muere dentro del alma toda pena,
estéril e infecunda,
si tocándole otra alma dolorosa
no le mete la suya.
Por eso te decía que callaras,
y así, en silencio, muda,
dejases que tu pena poco a poco,
desde la hondura
de ese tu corazón que cual el mío
bate la eterna angustia,
te subiese a la boca
y en invisible y silenciosa espuma
se vertiera en la mía y en un canto
probásemos su fruta.
No hago caso del mundo que en la plaza
se agita y mete bulla,
creyendo que sus penas adormece
con esas luchas;
sufre y brega sin tino,
no sabe lo que busca,
y tú para él, mi alma, sólo tienes
esta palabra: ¡nunca!
A dar voces vacías,
¡pobrecillos!, se juntan,
y gritan y más gritan,
y sus penas ocultan,
y piden no sé qué que ni ellos saben
aunque crean saberlo en su locura.
Lejos de esos afanes
que al mundo abruman
casemos nuestras penas en silencio,
y de este fuerte enlace acaso surja
fruto consolador que les devuelva
cuando yazgan en murria,
sepultados del tedio en lo profundo,
cuando la vida sufran,
cuando toquen lo vano de su empeño
y deseen haber muerto en la cuna,
les devuelva la savia de este fruto
la entrañable dulzura
que lleva en sí la pena que al casarse
consiguió hacerse en el amor fecunda.
VI
¡Y basta, adiós, es hora de callarnos,
van ya muchas palabras;
adiós, mi amor, volvamos al silencio;
voy a callarme... calla!
Un día más que fue, ¿lo sabes?
pero vendrá mañana,
y no será otro día, te aseguro,
pues en nuestra alma
todos los días son un solo día,
como todas las penas, aunque tantas,
son una sola pena,
una sola, infinita, soberana,
la pena de vivir llevando al Todo,
temblando ante la Nada.
El tiempo muere ante el dolor supremo,
en él se anega el ansia;
es el dolor eternizado el único
que cura del que mata.
Cuando el pueblo judío en el Desierto
contra Dios murmuraba,
fastidiado del pan que era liviano,
fastidiado del agua,
serpientes ardorosas sobre ellos
va el Señor y desata;
y morían mordidos por la boca
de la cruel alimaña.
Se fueron a Moisés llenos de angustia,
confesaron su falta,
Moisés oró al Señor y a su mandado
una serpiente de metal les labra
y ante el pueblo rendido
sereno la levanta.
Y a la serpiente de metal erguida
quien quiera la mirara,
de las otras de carne y morideras
libre quedaba.
Al dolor de metal que siempre dura,
dolor que nunca pasa,
mira cuando te muerdan los dolores
que comen y que matan;
¡abrázate al dolor eternizado,
abrázate a la cruz que se levanta
por cima de los mundos,
abrázate a ella y calla!
Callemos ya, mi amor; en el silencio
la dulcedumbre de la pena guarda;
callemos ya, mi amor, harto te dije,
voy a callarme... ¡calla!
Miguel de Unamuno