MEDITACIONES
EL BUITRE DE PROMETEO
A la roca del mundo Prometeo,
—que es de los hombres el mejor amigo—,
con divinas cadenas
atado y preso,
se alimenta de penas,
y al buitre acariciando, su castigo,
al buitre Pensamiento, así le dice:
«¿Qué me cuentas? ¿Qué viste
allá en las nubes?
¿Tu cuello acariciando el vil tirano
le temblaba la mano?
¿Era más suave y blanda que ésta mía...?
—¡Ay, ay, ay! que me arrancas el sentido;
¡quieto, quieto, despacio!
¡déjame que te sienta, pues te sacio!
»Vamos, vamos, verdugo,
sumerge tu cabeza aquí, en mi seno,
y engulle mis entrañas
pero no alces el pico,
quedo aprende a comer, sin feas mañas,
ni así me lo sacudas, ¡te suplico!
¡No, no esos desgarrones,
come pausado, la cabeza hundida;
mira que esos tirones
me hacen desfallecer y no te siento;
dame un lento dolor, sordo, apacible;
dame un dolor de vida, pensamiento!
»¡Quieto y pico a la presa!
¿Que mi sangre la vista te oscurece?
¿Y qué te importa?
¿No tienes que comer, fiera insaciable?
Según comes mi carne, ella se acrece.
»Dale, dale, mi buitre, sin cuidado;
no temas que me muera;
manjar tendrás en ti por largos siglos;
común es nuestra vida,
y en tanto me devores
se mantendrá mi vida con dolores.
No busques otro pasto,
mira, mi vida, cómo yo te basto.
»Bajo tus picotazos las entrañas
muriendo me renacen de continuo;
cuando la muerte viene así, de cara,
sin vil disfraz ni engaño,
se puede combatirla;
lo malo es cuando viene de soslayo,
cautelosa, tapada, y sin sentirla;
su violencia no temo, sí su dolo.
»Gracias a ti, mi buitre, no estoy solo;
tengo en ti compañero,
¡mi amigo y carnicero!
la soledá es la nada;
el dolor de pensar es ya un remedio,
mejor tus picotazos que no el tedio...
»¿Adónde volver quieres la cabeza?
¿A ver tu patria, el cielo, por ventura?
¿Buscas leer de Júpiter la frente? 1
¿No te doy carne, carne hasta la hartura?
¿Buscas cobrar de su sonrisa brío?
Toma, toma y bebe mi sangre;
deja, deja al tirano, ¡eres ya mío!
»Y no has de leer su frente, el claro cielo,
pues el vaho de la sangre en que te abrevas
es de tus ojos velo.
»Vamos, quieto, y devórame con calma;
yo te doy carne y sangre, pensamiento,
y Jove, sólo luz, luz sólo y aire...
y qué, ¿no estás contento?
¿Aún pides más? ¿Te has vuelto acaso loco?
¿Te emborrachó mi sangre?
¡Vamos, traga con calma y poco a poco!
»Deja que mis entrañas se renueven
y escarba en mis redaños;
somos viejos amigos, mi verdugo;
pasan los años
¡y tú, a tu faena destructora,
la tela de mi vida desgarrando!
¡Quieto, quieto y devora;
vamos pasando!
»¿Sientes morriña de tu patria el cielo?
¿Quieres volar a la escarpada roca
que cobija tu nido
sirviéndole las nubes de cortina?
No lograrás llegar, te abate a tierra
el buche con mi carne perinchido;
¡es muy alta la sierra!
»¿Que se te gasta el pico?
Lo puedes afilar en mis costillas
que pusiste al desnudo.
»Nacer fue mi delito,
Nacer a la conciencia,
sentir el mar en mí de lo infinito
y amar a los humanos...
¡pensar es mi castigo!
¡Dale, dale de firme, cruel amigo!
»Desde los bordes de tu córnea boca
a mi abierto regazo
mi propia sangre escurre,
como el orvallo cae sobre la grieta
que guarda el manantial do nace el río;
río de que la nube luego brota,
nube que vuelve al río gota a gota.
»¡Cuánto me quieres, buitre mío,
cuánto!
¡Con qué voraz cariño me devoras
encendido en deseo de mi cebo!
¡Sangre eres de mi sangre y es tu carne
de mi carne renuevo!
Me abrazas y me estrechas en tus garras,
como en espasmo de fusión suprema;
tiembla mi cuerpo de dolor entre ellas,
palpitantes amarras,
pero mi alma,
mi alma a ti se vuelve, mi verdugo,
pues que te debe de su vida el jugo.
»Lo que es en mí dolor en ti es delicia,
mi desgracia tu triunfo;
mientras tu corvo pico me acaricia,
con lo que sufro gozas;
para henchirte de vida me destrozas.
»Pero no, no te apartes de mi seno,
que a tu falta me duermo para siempre;
escarba en mis entrañas, pensamiento;
mejor que no el vacío, tu tormento.
Existir, existir, pensar sufriendo
más bien que no dormir, libre de penas,
el sueño sin ensueños, que no acaba;
benditas tus cadenas,
ya que sin ellas pronto me hundiría
de las pálidas sombras en el gremio.
¡Sea inmortal dolor, mi eterno buitre,
y no placer efímero, mi premio!
»Arrímate así más, sobre mí hundido;
al calor de tu pecho arda mi pecho,
guárdamelo del duro aire serrano,
de su creciente hostigo;
más cruel no me seas que el tirano,
y al cumplir su sentencia compasivo
con tus alas protégeme y enjuga
con tu redondo pecho mis heridas;
¡sea bizma su pluma,
blanda esponja, sedeña como espuma!
»Cuando en verano encone mis heridas
el sol por el que vemos y él es ciego,
haz de tus recias alas abanico
y oréame con ellas
al compás de los golpes de tu pico.
Y ahuyéntame las moscas,
las moscas asquerosas, tercas, blandas,
enjambre de gangrena,
mandaderas de sangre y podredumbre;
no envilezcas mi pena;
¡a ellas es imposible me acostumbre!
»¡Todo, todo devóralo, no arrojes
piltrafas a los cuervos;
no soy manjar de echar bajo la mesa;
nada, nada de sobras a los siervos;
toda entera resérvate la presa!
Eres digno de mí, yo de ti digno,
pero los cuervos,
los que aman la carroña...
¡aléjalos, mi buitre, a picotazos!
que sepan que estoy vivo;
¡lejos, lejos de mí, sepultureros,
nos bastamos tú y yo, sin compañeros!
»¿Y esto, se acabará? Todo se acaba,
En la más dura peña gota a gota
el hilo de agua su sepulcro excava
y desde el pétreo y funerario cáliz
su vapor invisible
va a derretirse el cielo.
Gota a gota mi sangre va mellando
estos ferréos lazos
que Hércules y la Fuerza remacharon;
gota a gota los roe con la herrumbre
y ha de quebrar al fin su pesadumbre.
Viva es la sangre, muertas las cadenas;
la guardo como arroyo
de una savia perenne que en las venas
tiene su cauce estrecho.
»Y vosotras, inmobles ligaduras
que me surcáis el pecho,
sois sólo hierro inerte,
y a la larga el que vive es el más fuerte.
Con el jugo inmortal de sus entrañas
arrasar puede el hombre las montañas.
»Y tú, verdugo, te has de hartar un día;
llegarás a las bascas y al hastío;
tupido hasta el gañote
a la modorra abatirás tu brío,
y alicaído, lacio,
te acostarás para dormir tu hartazgo;
colchón tendrás en mí sobre esta roca
en que a merced de tus furores yazgo.
Dormirás para siempre
aquí, mi buitre, en mí, sobre tu presa
y yo, tu pábulo hoy, seré tu huesa.
»Y tú, impasible Júpiter celeste,
Razón augusta, Idea soberana,
Buitre del universo que devoras
mundos, soles, y estrellas,
Tú, a quien los siglos son como las horas,
harto también un día,
la cabeza, almenada de centellas,
doblegarás de la modorra al peso.
Será tu fin, el fin de tu reinado;
sobre ti manda, incontrastable, el Hado.
»¿Y después? ¿Cuando cese el Pensamiento
de regir a los mundos?
¿Y después...?
—¡ay, ay, ay! ¡no tan recio!—
¡no tan recio, mi buitre!
mira que así me arrancas la conciencia;
aún dentro de tu oficio, ¡ten clemencia!»
[1907]
Miguel de Unamuno
1 Este verso consta en el autógrafo, aunque no en el texto impreso. (N. del E.)