SALMO II
Marcos, IX, 16-24.
Fe soberbia, impía,
la que no duda,
la que encadena a Dios a nuestra idea.
«Dios te habla por mi boca»
dicen, impíos,
y sienten en su pecho:
«¡por boca de Dios te hablo!»
No te ama, oh Verdad, quien nunca duda,
quien piensa poseerte,
porque eres infinita y en nosotros,
Verdad, no cabes.
Eres, Verdad, la muerte;
muere la pobre mente al recibirte.
Eres la Muerte hermosa,
eres la eterna Muerte,
el descanso final, santo reposo;
en ti el pensar se duerme.
Buscando la verdad va el pensamiento,
y él no es si no la busca;
si al fin la encuentra,
se para y duerme.
La vida es duda,
y la fe sin la duda es sólo muerte.
Y es la muerte el sustento de la vida,
y de la fe la duda.
Mientras viva, Señor, la duda dame,
fe pura cuando muera;
la vida dame en vida
y en la muerte la muerte,
dame, Señor, la muerte con la vida.
Tú eres el que eres;
si yo te conociera
dejaría de ser quien soy ahora,
en ti me fundiría,
siendo Dios como Tú, Verdad suprema.
Dame vivir en vida,
dame morir en muerte,
dame en la fe dudar en tanto viva,
dame la pura fe luego que muera.
Lejos de mí el impío pensamiento
de tener tu verdad aquí en la vida,
pues sólo es tuyo
quien confiesa, Señor, no conocerte.
Lejos de mí, Señor, el pensamiento
de enterrarte en la idea,
la impiedad de querer con raciocinios
demostrar tu existencia.
Yo te siento, Señor, no te conozco,
tu Espíritu me envuelve,
si conozco contigo,
si eres la luz de mi conocimiento,
¿cómo he de conocerte, Inconocible?
La luz por la que vemos
es invisible.
Creo, Señor, en Ti, sin conocerte.
Mira que de mi espíritu los hijos,
de un espíritu mudo viven presos,
libértalos, Señor, que caen rodando
en fuego y agua;
libértalos, que creo,
creo, confío en Ti, Señor; ayuda
mi desconfianza.
Miguel de Unamuno