CRUZANDO UN LUGAR
Fue al cruzar una tarde un lugarejo
entre polvo tendido en la llanada,
a la hora de sopor que, a la campiña
la congestión vital hunde y aplana,
cuando dormita bajo el sol que pesa
infiltrando modorra en sus entrañas.
Al oír resonar dentro en la calle
los cascos del caballo, alzó la cara
y dos ojos profundos me miraron
cual del seno de una isla solitaria.
Fue mirar de reposo y de tristeza,
todo un pasado en él se revelaba;
desde olvidado islote parecía
el adiós silencioso que se manda,
el silencioso adiós al pasajero
que cruza el mar de largo en su fragata
para hundirse allá lejos, donde besan
al cielo, en el confín, remotas aguas.
Seguí yo mi sendero, pensativo,
en mi pecho llevando su mirada,
aquellos negros ojos tras los cuales
misterios dolorosos vislumbrara.
La pobre niña del lugar oscuro
sólo pedía... lo que quieran darla,
por amor del Amor una limosna,
abrazo espiritual a la distancia.
Fue un instante brevísimo, un relámpago
que llevó a vivo toque nuestras almas;
fue un alzamiento del oscuro seno
en que reposan las profundas aguas
a que la luz no llega de la mente,
fue un empuje del alma de nuestra alma,
la que durmiendo en nuestro vivo lecho,
de sí misma ignorante, en paz descansa.
Tal debió ser, porque al sentir en vivo
de aquellos ojos la tenaz mirada,
repentina inmersión en el océano
sentí, en que se me anega la esperanza.
Fue al cruzar una tarde un lugarejo
entre polvo tendido en la llanada,
a la hora de sopor que a la campiña
la congestión vital hunde y aplana,
cuando dormita bajo el sol que llueve
infiltrando modorra en sus entrañas.
Han corrido los días desde entonces
y prendido en mi pecho su mirada
y empieza a florecer y a dar sus frutos
y a mi espíritu todo lo embalsama.
Y como en huerto de convento guardo
de ojos profanos esta tierna planta,
y doy sus frutos y no sabe el mundo
que dichoso dolor me los arranca.
[1903]
Miguel de Unamuno