ADIOSES
NO... NO TE DIGO ADIÓS
¿Por qué vienes así, mi enamorada,
cuando dormido estoy, cuando con lazos
invisibles, el sueño ata mis brazos,
y no puedo apretarte al corazón?
¿Por qué vienes así cuando mis labios
cierra el sueño también, y busco ansioso,
sin poderle encontrar, el cariñoso
acento con que te habla mi pasión?
¿Por qué vienes así?... ¿Sabes acaso
que son las de la noche las hermosas
horas de las estrellas misteriosas,
y, estrella del amor, surges también,
porque sabes que la hora de los sueños
es la hora en que los ángeles sin nombre
bajan del cielo a visitar al hombre,
con su ala de oro a proteger su sien?
¿Por qué vienes así, pálida mía,
con tus ojos de amor sobre mis ojos,
y con temblor de besos en los rojos
labios que apagan en el mío la voz?
¿Por qué son tan dolientes tus abrazos?
¿Por qué tanto sollozo y duelo tanto,
y al besarme me mojas con tu llanto,
y sólo sabes la palabra adiós?
No es un adiós el que mi voz te deja
llorosa, vida mía,
que adiós es la tristísima palabra
de la ausencia sombría.
Que adiós es el sollozo que se arranca
del corazón herido,
que adiós es el saludo de la muerte,
la cifra del olvido.
¡No, no te digo adiós!... Para nosotros
palabra tal no existe;
la boda de las almas es eterna
cuando amor las asiste.
Y lo que llaman en el mundo ausencia,
distancia, despedida,
para aquellos no son que sólo forman
un alma y una vida.
Para aquellos no son que, al fuego vivo,
de los labios impresos,
cual nosotros sus almas desposaron
en tálamo de besos.
No, no te digo adiós... ¿Quién de sí mismo
se ausenta y se despide?
¿Cómo puedo a mi propio pensamiento
decir que no me olvide?
No se mira sin luz, y sin ambiente
el pecho se sofoca,
y mi luz son tus ojos, y mi aliento
los besos de tu boca.
Yo soy tan sólo corazón, y tú eres
su sangre y su latido...
¿Cómo a mi mismo corazón pudiera
dejar en el olvido?
Idénticas, mezcladas, confundidas
cual la llama y su luz,
nuestras almas no saben siendo una
si eres yo, si soy tú.
Y antes yo pensaré sin pensamiento
y veré sin mirada,
que no llevar dentro de mi alma, eterna,
el alma cariñosa de mi amada.
Manuel María Flores