CURA Y CORREGIDOR
I
—«Fuera, fuera circunloquios,
padre cura, y terminad,
que me vuelvo todo oídos,
que os escucho sin chistar».
—«Hoy la suerte nos depara
inagotable caudal:
hoy acertamos el golpe.
corregidor, escuchad».
—«Con sentidos y potencias
busco el oro sin cesar:
rico he de ser... ¡Os lo juro
por las barbas de Caifás!»
—«¿Véis en mis manos un tejo,
un tejo de oro brillar?»
—«¡Voto a Cribas, si deslumbra!
¡Qué magnífico metal!»
—«Guarda cerros, guarda montes
en un oculto lugar».
—«Pues, volemos sin demora
a dividir por igual».
—«¿Conocéis a Pacha el indio?»
—«Como a vos; mas, continuad».
—«Es el dueño del tesoro;
pero calla, el animal».
—«¿Le rogásteis?» —«Noche y día».
—«No, no es caso de rogar:
palo y fuego, Padre cura,
y veremos si hablará».
—«Soy ministro de una mansa
religión de caridad;
mas, si no bastan razones...
si hay, al fin, necesidad...»
II
Moribundo yace Pacha,
sobre duro pedernal,
en estrecho calabozo
de tiniebla y humedad;
Que sufrió la sed, el hambre,
azote y fuego voraz
sin descubrir el secreto,
sin quejarse ni rogar.
Una lámpara rojiza,
como antorcha funeral,
ilumina las paredes
con dudosa claridad;
Y a la tenue luz se pintan
en iracundo ademán,
un rechoncho sacerdote
y un escuálido seglar.
—«¡Se agotó mi sufrimiento
y me inflama Satanás!
O despliegas tú los labios,
o te mato sin piedad».
Dice, y se arroja el furioso
corregidor a clavar
en las entrañas del Indio
un afilado puñal.
Paso a paso el asesino,
sin bullir ni respirar,
abandona el calabozo
de tiniebla y humedad;
Mas el Cura, ante el cadáver,
se arrodilla en santa paz,
y el oficio de difuntos
empieza humilde a rezar.
Manuel González Prada