LA DERROTA DE HANCO-HUALLO
I
Fieras tribus acaudilla
el indómito Hanco-Huallo,
y a los límites del Cuzco
se adelanta en breve paso.
Huye, el trono desampara
Yáhuar-Huácac aterrado;
y a la Ciudad de los Incas
Hiela el frío del espanto.
¿Quién detiene la carrera
del invasor sanguinario?
¿Quién salva ya de la ruina
el vasto imperio de Manco?
Sólo el joven Viracocha,
sólo el hijo denodado
del cobarde Yáhuar-Huácac,
sólo el joven fuerte y bravo.
II
Apercibido a la lucha,
con las armas en la mano,
a la frente de sus tercios,
Viracocha sale al campo.
Es el choque furibundo,
es pavoroso el estrago,
que a muerte luchan y luchan,
pecho a pecho, los dos bandos.
Mas, ¿qué el valor de las almas,
qué la fuerza de los brazos,
ante el número creciente
de los Chancas irritados?
Huyen las huestes del Inca
en tropel desordenado;
y ya las puertas del Cuzco
pasa triunfante Hanco-Huallo.
III
—«Vuelve a tus hijos los ojos,
sol divino, Sol amado:
no des vírgenes y templos
al ludibrio y al escarnio».
Así clama Viracocha,
la faz bañada con llanto,
y con sangre de enemigos
enrojecidas las manos.
Cruje la tierra: del suelo
brotan y brotan soldados,
de copiosa y luenga barba,
rubio pelo y rostro blanco.
A su empuje irresistible,
por quebradas y por llanos,
huyen deshechas las Tribus
del ya vencido Hanco-Huallo.
IV
«Gloria, honor a los valientes
que el Imperio libertaron
del oprobio y de la ruina,
de la muerte y del escarnio»:
Tal, en coro, clama el pueblo,
y veloz acude al campo,
entre flores y perfumes,
entre músicas y cantos;
Mas, doncellas y matronas,
hiños, jóvenes y ancianos,
todos de súbito quedan
fijos, mudos y pasmados:
Que uno a uno los Guerreros
de potente y rudo brazo,
de copiosa y luenga barba,
son en piedras transformados.
Manuel González Prada