EL ACUEDUCTO DE SUPE
I
Va cayendo el Sol; y Saclla,
la indiana púdica y virgen,
la beldad de roja cutis,
pensativa yace y triste.
Manchay-Cácac el guerrero,
el poderoso Cacique,
el gentil señor de Supe,
a la bella indiana dice:
—«¿Qué mal te agobia, oh mi Amada?
¿Qué pesar irresistible
tu lozana faz marchita
y tu erguida frente rinde?»
—«Cruza mi mente una idea
irrealizable, imposible:
ver los eriazos de Supe
transformados en jardines
»Realidad será tu sueño:
para un potente Cacique,
para un pecho enamorado
no hay en el mundo imposible».
Con incrédulo talante
la bella indiana sonríe,
y Manchay-Cácac se aleja
mudo, sereno, impasible.
II
Es la noche: no hay estrellas;
cubre al Orbe opaco tinte,
mas antorchas infinitas
deslumbrante luz despiden.
En las pampas y en las cuencas,
en las cumbres y declives,
bregan y bregan los indios,
bullen y bullen a miles.
—«¡Valor, valor, mis vasallos!
Grita animoso el Cacique,
operad en corta noche
obra de años increíbles».
Crujen rocas, vuela el polvo;
nadie cede ni se rinde;
y a compás de la faena
zumban cantos y clarines.
Cesa de pronto el ruido;
y la tenue aurora viste
con sus ráfagas de fuego
los dominios del Cacique.
Despierta Saclla; contempla
realizado lo imposible:
invadido por las aguas
el seco eriazo... Y sonríe.
Manuel González Prada