LA CONFESIÓN DEL INCA
«Sol, padre fiel de mis padres,
a ti me acuso contrito:
oye, y lava mi pecado:
di veneno al hijo mío».
Dice el Inca; vuelve el paso
a las márgenes del Tingo,
lava su frente y sus manos,
y prosigue en alto grito:
—«Dije al Sol mi enorme crimen,
recibe el crimen, oh río:
ve, y sepúltale en el fondo
de los mares cristalinos».
Oye al Rey culpable un cuervo,
y se aleja en raudo giro,
y por campos y ciudades
va diciendo en su graznido:
«¡Horror, horror al Monarca!
Es horrendo su delito.
El Monarca es filicida:
dio mortal veneno al hijo».
Y en la choza y el palacio,
y en la ciudad y el retiro,
incansable grazna el cuervo:
—«Dio veneno el Rey al hijo».
«¡Muerte al cuervo, muerte al cuervo!»
Grita el Rey tremante y frío;
y el negro pájaro muere
de mil flechazos herido.
Mas, de entonces, el Monarca
vive mudo y pensativo,
que la voz tenaz del cuervo
repercute en sus oídos.
Manuel González Prada