HORA II
SUEÑOS
Reclinado sobre hojas macilentas
Que al tronco cercan del anciano aliso,
En tu verde ribera solitaria,
¡Oh claro río!
Miro los montes,
Los cielos miro;
Doy suelta al pensamiento, y el pensamiento vago
Se duerme de tus ondas al amoroso ruido.
Si Adán resucitara no hallaría
Señal ninguna de su Edén perdido
En moradas de reyes ni de damas,
Mas este sitio,
Estos aromas,
Estos sonidos
Le traerían ensueños floridos a la mente
Y olvidados afectos al corazón marchito.
Todos gozamos, como Adán el suyo,
En la edad de inocencia un paraíso
Antes que el labio la vedada fruta
Guste atrevido.
Estos aromas,
Estos sonidos
Reliquias me parecen de aquella edad de flores,
De juegos inocentes y de infantil cariño.
Hay vientos envidiosos. Los celajes
De ventura y placer ¿quién los deshizo?
¿Quién heló del amor blandas querellas?
Recuerdos vivos
Cruzan mi mente
Diáfanos, límpidos;
Mas luego poco a poco se van desvaneciendo
Cual de mañana huyen ensueños peregrinos.
¡Ay, que todo lo bello es momentáneo!
¡Ay, que todo lo alegre es fugitivo!
Las espumas, las nubes, los amores.
¡Oh claro río!
Miro los montes,
Los cielos miro;
Doy suelta al pensamiento, y el pensamiento vago
Se aduerme de tus ondas al amoroso ruido.
Apenas en el mundo habrá paraje
Para gozar á solas sin testigo,
Tan delicioso cual tu verde orilla,
iOh claro río!
Las tiernas aves
Te dan sus trinos;
Los árboles te abrigan con vacilantes sombras,
Los céfiros te arrullan con apagados silbos.
Hurtándose a los hombres Primavera
Conserva aquí su virginal hechizo,
Voluptuosamente adormecida
Por eso, ¡oh río!
Orlan tu margen
Rosas y lirios;
Y al percibir mi aliento, las auras se estremecen
Y tiemblan en las hojas las gotas de recío.
Suspende el paso: este encantado albergue
Parece por los ángeles traído,
Palacio del amor, cárcel de amores.
El rayo oblicuo
Del sol fallece
En el tejido
Follaje que te guarda cual protegiendo un robo,
Y aquí la tarde es lenta y aquí el ambiente es tibio.
Llenas de esencia y de placer las flores
Agrupadas te salen al camino
Para mirarse al verte y que las mires:
Y ya al oído
Te dicen ellas
En el sencillo
Idioma que tú entiendes, verdades que enamoran :
«Somos de amor las hijas que para amar nacimos».
¡Mas huyes, vuelas! La ilusión te engaña
Y la fuerza te impele del destino:
Así también de mi niñez hermosa
Dejé el abrigo.
Cual tú engañado,
Cual tú impelido,
iAy, cruzarás llanuras en soledad amarga ;
Retroceder no pueden los hombres ni los ríos!
El aire a veces tu rumor se lleva,
Siéntese entonces general vacío;
Se asusta el corazón, despierta a el alma
Con un latido;
El alma llora
Bienes perdidos:
Mas vuelven los rumores, y el pensamiento vago
Se aduerme de tus ondas al amoroso ruido.
¡Ay, que para morir las alegrías
Toman de la tristeza el colorido!
Tus murmullos en ecos se prolongan
Que son suspiros,
Y en sombras mueren,
¡Oh claro río!
Así a las frescas voces de los primeros años
Los años que en pos vienen responden con gemidos.
Yace en mi corazón cerrado un cofre...
Yace del mar en el más hondo abismo
En un arca de plomo, ¿quién creyera?
Genio cautivo:
Allí es su cárcel;
Rebelde ha sido;
Antes que fuese el hombre, cayó del quinto cielo,
Y así le pasan años, y así le pasan siglos.
Echando un día un pescador sus redes
(Esto refieren orientales libros)
Saca el arca de plomo, la abre, y sale
Leve un humillo ;
Ya es parda nube,
Ya es un vestiglo
Que los brazos enormes abriendo en el espacio
Parece que dijera: «¡El firmamento es mío!»
Pero la eterna maldición le abruma,
Siente el arcángel desmayar su brío;
Ya no es coloso, sino parda nube;
Ya es un humillo,
Ya está en el arca;
Rebelde ha sido;
Y el pescador temblando devuelve al mar la pesca,
Y encima pasan años y encima pasan siglos.
Yace en mi corazón cerrado un cofre,
Allí el ángel de amor con sus delirios;
Ya en tu verde ribera se levanta,
Ya es leve humillo,
¡Nube, gigante!
Mas luego él mismo
A las profundas grutas del corazón se vuelve,
Y duerme de tus ondas al amoroso ruido.
El sol despareció; se apaga el día;
Cúbrese el cielo de funéreos visos;
Naturaleza entristecida calla;
iAdiós, oh río!
Todas las tardes
Vendré a este asilo
A soñar a la sombra de tus copados árboles,
De tus bullentes ondas al amoroso ruido.
Miguel Antonio Caro