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EL PERIODISTA

Todos te buscan para sacarle trapos a tu lápiz.
Todos creen que la angustia cabe en una moneda.
Todos creen que el placer es del tamaño de un insulto.
Nadie comprende, sólo tú sabes
que la mirada de un perro
está más cerca del cielo que una iglesia.
Sólo tú sabes
que quien escribe un verso está lavando la tierra.
Sólo tú sabes que a ciertas horas uniformadas
hay que buscar el aire que se va con los muertos.
Por eso tu casa no tiene puertas ni ventanas ni paredes,
porque tú, no tu cuerpo, no tu grito con sueldo,
lo mismo que la letra que decide ser gente,
entra por todas partes como un pan invisible
repartido, pulverizadamente unido. Y es que no puedes,
no puedes estar solo: eres la muchedumbre;
el que toque tu cuerpo, está tocando el mundo;
cuando te besa tu mujer, besa todas las distancias,
besa todos los mares en una gota de tus párpados;
por eso cuando el odio se hace venda en tu llaga,
está curando un ejército. Por eso cuando te ofenden,
ofenden toda la tierra. Pero a pesar de todo, tú, lo mismo
que un obrero cualquiera, llegas fatigado a tu casa,
dejas vacíos tus zapatos, tu destino en la alcoba;
tú vienes de tu oficio, vienes de juntar palabras,
de juntar geografías, vienes de juntar horizontes,
de ponerle conciencia al plomo ardiendo.

Pero ya estás dormido... y a largo plazo...

El cuerpo que te alquilaron lo has devuelto.

Sin embargo,
oigo la linotipia. Tus dedos suben desde la tierra.
Pueblan la tierra. Mueven la rotativa.

Es que ya sin reloj, llegaste más temprano y más desnudo.

autógrafo

Manuel del Cabral


«La isla ofendida» (1965)
Los universales


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