GAVINO
Viejo Gavino vendedor de climas...
Vendedor de refrescos y tisanas,
tu dignidad de pobre
ve llegar uniformes, son instintos que no vienen
a masticar el agua de tu hielo...
Y en un rincón los gringos,
como quien pone a descansar el crimen,
acumulan fusiles,
igual que si agruparan inéditos difuntos.
Y van llegando más y mientras llegan,
como labios de novias indefensas las puertas
se van abriendo para los soldados.
Mientras tanto, Gavino,
todavía te llaman por tu nombre;
tú que no ves ni el cine de tu barrio
porque te cuestan mucho diez centavos,
diez crujidos de catre si no hay sueño,
diez preguntas de falda si está encinta;
diez goteras sin tregua si el cielo no es tu amigo.
Viejo Gavino,
tú que estuviste 24 horas
de mitin y alegría sin zapatos,
tú,
que te volviste esquina sin rodillas,
para votar por la Constitución,
y luego te robaron de noche el candidato,
te lo bajaron de la silla presidencial
(de la silla de alfileres como dicen los bobos),
te lo bajaron
para que sigas pobre,
para que sigas humillado,
para que te acusen y sigas indefenso,
para que pagues lo que no rompiste,
y te vistan de cebra sin delito,
hasta que venga otro gobierno... y otro...
Ya sé que en una celda, puedes medir el mundo,
pero no te preocupes, alarmado Gavino,
pues tú quizás lo ignoras,
pero con tu sonrisa lavas hasta arzobispos...
Sin embargo...
Los soldados vinieron, degollaron tu hijo,
pero su cabeza
siguió gritando sola entre tus manos;
te la quitaron y siguió gritando;
la sepultaron y siguió gritando;
le quitaron la cruz, la incineraron,
todo escondieron... pero no su grito.
Después los uniformes carniceros
como hienas domésticas volvieron
para comprar testículos testigos...
Pero todo fue inútil:
jubilaciones, casa, precio al crimen...
Ni siquiera
amueblaron tus ojos porque no los mirabas.
Tú no vendes tus muertos.
Manuel del Cabral