NO COMEN OTRA CARNE
Ella iba en el tren, de vez en cuando sacaba la mano por la ventanilla como a veces la saca el naufragio. El mozo que la acompañaba, escuchándola parecía lamerla con el olfato. De súbito, él la quiere besar salvajemente, y cuando la abraza, ya no estaban ni el tren ni ella; el caballero abrazaba a un león. Los hijos de caladores no comen otra carne.
Manuel del Cabral