A UN RECIÉN NACIDO
Naciste arrugado, triste, sucio, casi desperdicio;
ya no me cabe duda,
antes de llegar al mundo
te pusiste a pensar y envejeciste.
Después, con tu mañana al hombro,
era ya inevitable
tu doloroso viaje de raíces.
Sin embargo, tu equipaje de carne y huesos
no es —y tú lo sabes— lo más pesado;
tú has llegado a la tierra
con algo de tornillo esperado, con algo
de ventana hacia adentro,
todos los hombres
buscan su cara en tu llanto,
buscan su luz en tu noche.
Anciano de un minuto,
dame tu experiencia, dame las exactitudes
de tus veloces duendes genitales,
dame
tu imperdonable viaje,
tu mirada capaz de lavar un delito.
Habla conmigo,
que yo aún no he hablado con el hombre.
Manuel del Cabral