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SUMA DE LA NADA

Viejo cuerpo, ya sé que me soportas...
¿Pero dónde tú escondes mi nombre verdadero?
Porque yo sé que hay dos aquí en mi carne,
y hay uno de los dos que no descansa, que no duerme,
porque también
está buscando al otro que en ti tiembla.

Te estoy hablando ahora de, aquel que cuando canta
está usando la muerte para vivir de ella.
Barromanuel: cordura de mi hambre,
carnívora frontera, disfrazada de mí,
yo que a veces te gasto en las alcobas.
que quepo en tus secretas calorías,
allí donde de súbito tu sexo
llora de eternidad dándote forma,
yo sé también que aquello te da el límite
de un beso triste como la moneda
en que cabe la historia arrodillada.

Mas a pesar de que además no mudas
en caricias de juez duermen espadas,
allí,
como diamante aún sucio de virgen,
en el Uno profundo de tu barro
donde duermen despiertos los Pitágoras,
allí donde tú escondes
la soledad plural de tu estatura,
hay un oculto costurero uniéndonos, que a veces
abre ojales de gritos abotonando espacios.

Ya ves, analfabeto barro mío,
no se cansa el reptil que en nuestra sangre nada,
el simio que de súbito nos creció en un detalle,
y toda,
toda la zoología, toda,
de golpe se nos cae y, de rodillas
como una novia que quisiera besos,
nos mima,
nos adula,
se nos pega,
pero cae,
se nos cae ante el Uno para siempre.

Carne de mis notarios, ya sé que se me van
con tu tamaño de ataúd mis ojos.
Ellos se van, pero verán más cosas...
Te quedas ya, pero contigo andan.

Hoy comienza tu ayer.
Hoy fuiste siempre.
Tú con tiempo y sin él.

Mi nada sólida.

autógrafo

Manuel del Cabral


«Los huéspedes secretos» (1951)

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