UN HUÉSPED DE LA LLAGA
En este pueblo de servicial mirada y precio limpio
conservo mi medida de objeto y de costumbre,
pero a veces me toco
casi lamiendo el cuerpo con mi mano, porque, temblando,
no me encuentro en mi cuerpo a ciertas horas.
No. No me encuentro en mi cuerpo... Yo no puedo
levantarme tranquilo como aquel boticario,
el viejito que a ratos prepara su receta, su ungüento, y luego
se duerme con los duendes que vienen de los dedos
del guitarrero, los duendes que de pronto
se le suben por sus barbas comerciales.
No. No puedo levantarme tranquilo. Me pesan demasiado
los diosecillos que vienen sin permiso del jardín
y comienzan a empujarme la sangre hacia remotas
y extensas regiones sin límites,
allá donde se pierde la estatura del hombre
y comienza la justa, la perenne, la casi puro origen.
Ah, pero yo vivo en este pueblo. Vivo de carne y hueso,
vivo de inevitable, no vivo de " quizás" en este pueblo!
Cojo un papel y escribo:
Manso Pedro, comprendo,
no es que quieras fortuna,
es que se ve más limpia
desde un Packard la
luna.
Sí. Yo vivo en este pueblo. Yo he dormido
en grandes ciudades, he respirado
su colección de muertes que a cada instante viven
en el remiendo honrado
de un pantalón bien puesto en la palabra familia.
Sí. Yo he vivido donde la muerte vive,
allí, donde la gran ciudad se pone del tamaño
de la mesa sin mantel,
y cabe en una miga de trigo, y cabe
en el profundo agujero de una sonrisa amarga, y cabe
en los niños que esperan tribunales.
Sí. La muerte vive allí... Pero la tierra crece
en la materia virgen de una falda que a ratos
cae enredada entre los linotipos, notarios, abogados.
Y luego el guitarrero con la aldea en las venas,
el guitarrero
que lento pone antiguo el aire joven. El guitarrero
que inesperado dice:
Cuando el río tiene piedras
canta más y está más alto...
por entre dientes de jueces
pasa mi sangre
cantando.
No. No puedo levantarme tranquilo.
Ya es difícil que amarren este olfato de perro,
este perro no de lujo de mi sangre.
No. No puedo. Yo vivo en este pueblo.
Yo vivo de carne y hueso en este pueblo.
Yo vivo allí también... La tierra vive allí.
¡La tierra! ¿La ves?
Alguien que viene de las nieblas de los patios
escupe estas palabras:
El juez, mientras
descansa,
limpia sus anteojos.
¿Y para
qué los limpia,
si el sucio
está en el ojo?
No. No puedo levantarme tranquilo.No puedo.
Yo vivo en este pueblo... Yo vivo aquí sin sobra,
sin sobra, ¿me comprendes?
Yo vivo aquí... Aquí.
Por el ojo de buey de la llaga del boyero
un hedor de varón sale hacia el alba.
Un hedor de varón.., y un ojo ciego andando,
andando bajo el luto de una greña de moscas.
En tanto, como al margen de su llaga, el boyero
se detiene a mirar
el primer verde de la primavera.
Y luego se sonríe. Y habla con la mañana.
Y luego...
No. No puedo levantarme tranquilo.
Creció la llaga y ya todo lo puebla.
Toco mi voz, y toco ya la llaga.
Me toca el aire y toco ya la llaga.
Toco mis muebles, mi baúl, mi frente,
todo lo toco y toco ya la llaga.
No. No puedo.
Me cabe la palabra en este ojo:
me cabe el ruido de remotos filos,
caben mis pantalones, mi canario,
mi paciencia, mi odio, mi neblina,
mi comunión primera y voz abuela,
la catedral de mis ingenuidades,
mi primer novia y mi dolor primero,
mi claridad de río y de respeto,
mi silencio rural y mi revólver,
mi soledad de pan cuando no hay hambre,
mi voz de aceite cuando busco faldas;
todo,
todo mi pueblo cabe en este ojo.
Por este inevitable y solitario
ojo de buey, sonoro de mosquitos,
por. esta llaga —mi mejor ventana—
no veo el cielo, pero sí más cosas,
que por todas las puertas de la tierra.
No. No puedo.
No puedo levantarme tranquilo.
Lo tengo allí sentado con su mirada terca,
lo tengo aquí en el aire constantemente viéndome,
junto a mi lujo, junto a mi apetito,
junto a mi percha, junto a mi manía
junto a mi voz,
junto al hueso profundo de mi frente.
No. No puedo. Me mira demasiado
este perro sin sueño:
el ojo de la llaga del boyero.
Manuel del Cabral