SONETO XLVIII
La noche abre su alcázar de ebúrnea pedrería
sobre la faz en sombras de la tierra. El efluvio
de las constelaciones desenvuelve un diluvio
de leche por los senos de la montaña umbría.
Abajo el valle acecha la dulce epifanía;
la palma suelta el índice de su penacho rubio,
y el río, epitalámico, atestigua el connubio
de los abismos ébrios de su propia armonía.
En viva danza de órbitas se mueve el infinito
y por un derrotero musical de fanales
el hombre asciende al ápice de la luz, de hito en hito.
¿En dónde estás, oh muerte? Vencida, vieja loba
del exterminio, oteas del tiempo en los umbrales:
¡y ya mi ser en piélagos de eternidad se arroba!
Mario Carvajal