SONETO XXXII
Por la luz del relámpago que en el cielo destella,
por la ruta del águila que a las nubes se atreve,
por la escala del viento que en los orbes se mueve
asciendo hasta la casa de oro de la estrella.
Calla en mi voz el eco de la humana querella,
y el coro de los astros en mi espíritu llueve
una serenidad tan sedante y tan leve
que mi angustia y mis sueños se diluyen en ella.
Náufrago en un océano de claridad augusta
que ni empieza ni acaba, y empinado en el hito
sepulcral de la muerte, mi corazón pregusta,
a la orilla del tiempo, la visión inefable.
Súbito ante mis ojos, llenos ya de infinito,
cierra la eternidad su círculo insondable.
Mario Carvajal