EL SALMO DE LA MUERTE
El soplo del crepúsculo pone en mi carne un lento deleite de agonía, y el lucero que aflora sobre el collado en éxtasis me unge para la hora en que vibre el ansiado clarín del llamamiento. La música del cosmos se recoge en mi acento, y al sacudir mi canto la inmensidad sonora calla el ave del ángelus, la nube se desdora y humilla en las praderas sus pífanos el viento. Cuando como una novia de cándido atavío mire otra vez el hombre la luz de la mañana, dormirá en el regazo del Señor mi albedrío. Y al retornar la sombra que el horizonte cierra, en el trémulo efluvio de la estrella lejana deshojaré el mensaje de Dios sobre la tierra.
Mario Carvajal