LOS OJOS DEL CREPÚSCULO
Como en un fondo de agua ligera, honda y tranquila,
En lo azul de la tarde reposan las campañas.
Y a la estrella que entreabre su lúcida pupila,
La sombra de la noche le tiembla en las pestañas.
Una obscuridad leve va alisando la hierba
Con la habitual caricia de la mano en el pelo;
Y en su última mirada lleva la tierra al cielo,
La sumisa dulzura del ojo de la cierva.
El azul de la tarde quieta es el cielo mismo
Que a la tierra desciende, con deliquio tan blando,
Que parece que en ella se aclarara su abismo,
Y que en su alma profunda se estuviera mirando.
Y cuaja en el rocío que a la vera del soto
Lloran los ojos negros de la hierba nocturna;
Y contempla en el seno del agua taciturna,
Y dilata más lentos los párpados del loto.
Y cristaliza, a modo de témpanos, los muros
De la casita blanca que con su puerta mira
La paz de las praderas; y suavemente expira
En la noble tristeza de tus ojos obscuros.
Leopoldo Lugones