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EL DESCAMPADO

A Dámaso Alonso


Tú estás en ese taxi parado, sí, eres Tú
—un bulto en el crepúsculo— junto al bordillo blanco
donde se acaba el campo de enfrente o descampado.
Lo sé, aunque no te he visto (y aunque dentro del taxi
no hay nadie). Está lloviendo con fuerta. Está empezando
a oler en la ciudad a campo de muy lejos...
Y tú estás en el taxi como en una capilla
que fuera entre las hazas ermita solitaria.
(Lo sé, porque esos trigos que se iluminan, lejos...,
y ese río parado, con sus aguas crecidas
de pronto...) Llueve fuerte y estás dentro del taxi
(tal vez junto a ese chófer fatigado al volante).
Sé que dentro del taxi no hay nadie, pero huele
a lluvia de muy lejos. Suena esa luvia. Y pienso
sin ganas: ser poeta, suspender en el aire
laborioso de un día y otro día unas pocas
palabras necesarias, y quitarse de en medio.
Porque uno —su difícil vivir— ya no hace falta
si quedan las palabras. Ser poeta: orientarse,
como esa luz dudosa cruzando el descampado
y en vez de una existencia brillante, tener alma.
Por eso, algo me quito de en medio: estoy viviendo
como un taxi parado junto al bordillo blanco
(y hay un cerco de alegres sonrisas y de manos
fieles a sus celestes cotnactos en la sombra).
Porque Tú, el más activo —y el más ocioso— estabas
aquí, junto al farol de luz verde en lan oche.
Tú, sin libros; Tú, libre con brazos, con miradas,
estabas sin testigos y medías —ocioso—
mis pasos por mi cuarto (donde caben mis años).
Y los trigos en éxtasis de Castilla la Vieja,
los ríos llameantes con sus aguas crecidas,
seguían a lo lejos relevándote (mientras
detrás de mis cristales aparece el retraso
de ese barro, esos charcos del ancho descampado,
¡yo también descampado, desterrado del campo!)

autógrafo

Luis Felipe Vivanco


«El descampado» (1957)

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