EL TRAJE USADO
A Bartolomé Mostaza
Dueles como una cárcel, traje usado,
raída tela de color de tiempo,
de color de tediosos recorridos,
de monótonos pasos; ceniciento
traje, casi animal, casi con vida,
carne flel en plegados movimientos,
adherido a los días sordamente,
acompañando al amo, como un perro.
Dueles como una cárcel, porque encierras
y atas con tu tristeza al hierro
de la costumbre, pesas gravemente
sobre los hombros, con sombrío peso
de destino, con mano irremediable
de tránsito fatal, de ciego
quehacer indiferente, y uniformas
el cotidiano y silencioso esfuerzo.
Tus arrugas esconden vida, tienen
vida plegada, desgastada, lentos
trozos de vida, en acordeones
de inaudible sonar, en largos flecos
de música, de llanto, de rozados
sonidos, de asfixiados, trémulos
sonidos. Perezosas manchas
traen desolados círculos concéntricos
de agria fricción a tus delgados hilos
que amorosos se amoldan a mi cuerpo.
Mortaja de la vida. Diariamente
amortajado entre tus brazos entro
en la vida, en la muerte por entregas
que consumo, en el hondo cementerio
de cada noche, donde trago a trago
nos vamos sepultando con el sueño.
Caja de soledad y de latidos.
Si de ti me despojo, en sombra dejo,
en tu sufrida piel indiferente,
tibia aún de mí, qué fugitivo entierro
de diminutos yos estrangulados
en cada afán y en cada desaliento.
Tu breve paño cobra densa urdimbre
de humana soledad y de recuerdo,
trama casi de símbolo en telares
de vida. Viene y va tejiendo
la lanzadera. Viene y pasa el hilo
de los días. Delgado filamento
de la memoria. Un niño te contempla
desde su traje azul de marinero:
doradas hebras en las bocamangas,
una guedeja en la corbata al viento.
Esa corbata dice adiós, se agita
ese infantil girón de paño negro,
me despide, marino para nunca,
desde un mar dulce que azulea a lo lejos.
Un hombre te contempla desde el fondo
de una edad, al comienzo
de una esperanza. Pasas lentamente
sobre mis hombros tu color de invierno,
traje usado, reducto de costumbre
y soledad, sencillo parapeto
en el que atrincherado miro el mundo
y al fin el traje de la tierra espero.
Leopoldo de Luis