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UNA VENTANA

Dementes artesanos, albañiles
locos, enajenados constructores,
levantando una tapia, cientos, miles
de tapias entre sueños y rencores.

¿Quién dirige esta ciega arquitectura,
estas casas de sombra, esta muralla
de soledad, la torre de negrura
donde la vida el vuelo libre encalla?

¿Quién dibujó la araña de este plano
que repite paredes y paredes?
¿Quién alza estas ciudades, con qué mano
se tejen esta niebla y estas redes?

Alguien ha emborronado absurdamente
en los viejos diseños. Esta puerta
no da a ninguna parte. Un muro enfrente
ahoga el sol de la ventana abierta.

Y cruzamos oscuras galerías
que nos devuelven a la misma estancia.
Habitaciones múltiples, vacías,
repitiendo su inútil resonancia.

Y queremos salir, pero buscamos
la puerta, recorremos la escalera
no se acaban sus desnudos tramos,
ni nada abrimos, porque no hay afuera.

No hay afuera, no hay calle, no hay ciudades,
no hay mundo; hay esta sola inmensa casa,
estas eternas, solas vecindades
de corredor donde la vida pasa.

No hay más que estos enormes corredores
por los que nos cruzamos ciegamente
vecinos de una casa de rencores
con la pared de un odio sordo enfrente.

No hay más que estas paredes donde deja
sus amarillas manchas el olvido
como la mano de una humedad vieja
en el yeso mortalmente mordido.

No hay más que ciegas puertas que abre el viento
descubriendo la sombra desdentada.
Los picaportes rompen su lamento
y giran las fallebas para nada.

Y lo sabemos. Pero nos decimos:
"En la otra habitación habrá salida".
De portazo en portazo repetimos
la esperanza fingida.

Porque vamos soñando abiertos muros,
grietas en donde el sol se precipite;
inventando avenidas y paisajes futuros,
tierras feraces que la luz habite.

Y sentimos un fuego en nuestras manos,
la sangre en nuestras manos, de ansia hechas,
para cavar, oscuros artesanos,
en las paredes de la casa brechas.

Con las manos heridas, la ventana
soñamos construir, a la luz pura,
que nuestro hijo pueda abrir mañana.

autógrafo

Leopoldo de Luis


«Teatro real» (1957)

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