EL ENIGMA DE EDIPO
Alguna vez (era seguro) íbamos a encontrarnos
frente a frente. Porque en aquella noche solitaria
yo lloraba al recordar tu imagen. Porque en ti
me aparece la vida sin peligro, y el amor
que te tengo —como el más verdadero— nunca puede nombrarse.
Es muy cierto también que otras veces quisiera
haberte perdido por completo, o sentirte, al menos,
bondadosa y lejana. Pero tú sabes cuánto te necesito
y que nos sueño juntos, cual aves extravagantes
en salones de lujo. Eran (me acuerdo) los viajes compartidos,
frustrados y dulces nuevamente, como un antiguo amor.
No sé cómo nombrarte. Y si amo las formas, la belleza,
tal vez sea porque tú me obstruyes cualquier otra pasión.
Eres el fondo, el humus de la tierra, la patria
original que supera tus manos, un légamo caliente,
sima de la materia sensitiva. Y sin embargo
yo quisiera, con ello, tus ojos para siempre, el sonar de tu voz
tan definido, los nombres que me dices cuando tu sed
delira, y tu inmensa ternura, tu cariño profundo como
el fuego, mientras tiento tus uñas y tu pelo, y te sé tú:
Maravilloso ser, exactamente, cuyos brazos me abrazan y me cuidan.
Luis Antonio de Villena