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LA NUBE DE VERANO

Yo la he visto tranquila; suelta en blancos celajes,
De su impalpable velo rasgado el ancho tul,
Tender con indolencia magníficos encajes
De la áspera montaña por el contorno azul.

   Y recatada y llena de vaporoso encanto,
Alzarse lentamente con noble majestad,
Perdidas en el aire las ondas de su manto,
Cruzar de las montañas la agreste soledad.

   Y a la mirada ardiente del sol que la enamora
Vi reflejarse en ella las tintas del pudor,
Como muestra la virgen su faz encantadora
Al teñirla de púrpura los rayos del amor.

   Y el sol, en su hermosura y en su cariño ciego,
La coronó de rayos sediento de placer;
Y desgarró su manto y la abrasó en su fuego;
La suspendió en el aire y fecundó su ser.

   Temblaron comprimidos los vientos bramadores,
Resonando en los ecos con desmayado afán,
Y vestida la nube de sombras y colores,
Sintió bajo sus alas gemir el huracán.

   Y derramó su manto de púrpura brillante,
Y reflejó en las aguas su sombra y su color;
Y se deshizo en lluvia, y arrebató inconstante
Relámpagos y truenos su aliento abrasador.

   Y yo la vi tenderse por el azul del cielo,
Perdida su hermosura, su gracia celestial,
Coronadas de lágrimas las ondas de su velo,
Rota sobre los aires su toca virginal.

   Y el sol, mirando en ella sus últimos amores,
Lanzando en Occidente su trémulo fulgor,
Tendió por los espacios el arco de colores,
En prenda de su dicha y en nombre de su amor.

autógrafo

José Selgas y Carrasco


«El estío» (1853)

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