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LA SENSITIVA

                  I.

Un cefirillo lozano,
Que rico encanto atesora,
Hijo de la blanca aurora
Y de las auras hermano;

   Tendiendo el ala ligera
En blando apacible giro,
Es el último suspiro
De la alegre primavera.

   No hay planta bella ni hay flor
Que sus caricias esquive;
La que sus besos recibe
Llora esclava de su amor.

   Que en la inquietud de su vida
Tal sed de amar lo devora,
Que a cuantas besa enamora,
Y a cuantas seduce olvida.

   Y en su gentil arrogancia,
Ya enamorado, ya esquivo,
Le presta doble atractivo
Su caprichosa inconstancia.

   E invencible en sus amores,
Y en sus olvidos cruel,
Viven mirándose en él
Arroyos, plantas y flores.

   Y en las verdes soledades,
Desde el valle al soto umbrío,
Ya rindiendo a su albedrío
Bellezas y voluntades.

   Devoran por él distintos
Celos de amantes infieles,
Los lirios y los claveles,
Los nardos y los jacintos.

   Que en su amorosa inquietud,
Flor a quien su aliento llega,
Enamorada le entrega
Su hermosura y su virtud.

   Todas a su impulso giran,
Todas con ansia le adoran;
Las más inocentes lloran,
Las más soberbias suspiran.

   Y cada cuál impaciente,
Para que repose en ellas,
Le tiende sus hojas bellas,
Que él agita indiferente.

   Unas le llaman su bien,
Otras amor de los cielos;
Y mal ocultan sus celos
Las que le fingen desdén.

   Que mueren en honda pena,
Desdeñadas a porfía,
La rosa de Alejandría
Y la cándida azucena.

   Coge a su paso el rocío
Que como siervos le ofrecen,
Mimbres y juncos que crecen
En las márgenes del río.

   Y le siguen voladoras,
Tras de sus alas ligeras,
Mariposas, mensajeras
Del amor de sus señoras.

   Y no hay ternura ni afán,
Ni belleza que le inquiete;
Y no hay amor que sujete
Al inconstante galán.

   Que en la inquietud de su vida
Tal sed de amor lo devora,
Que a cuantas besa enamora,
Y a cuantas seduce olvida.

                  II.

Sólo a su altivez esquiva,
Indiferente a su fama,
Brota entre la verde grama
Solitaria sensitiva.

   Y el céfiro, sabedor
De que a su imperio resiste,
Con nuevas galas se viste
Por seducirla mejor.

   Las alas con fácil brío
En los jacintos perfuma,
Y arrastra encajes de espuma,
Y ciñe perlas del río.

   Y lleva en vuelos suaves,
Como tributos de amores,
Las esencias de las flores
Y los trinos de las aves.

   A la sensitiva llega
De afán y arrogancia lleno,
Y desde el collado ameno
Sueltas las alas desplega.

   Y pasa en blando rumor,
Y la saluda y suspira...
Y vuelve... y en torno gira
De la indiferente flor.

   Sujeta el vuelo impaciente,
Posa sus alas en ella,
Y le parece más bella
Cuanto más indiferente.

   Mintiendo amantes congojas,
La estrecha tímido y blando;
Quiere besarla, y temblando
Cierra la planta sus hojas.

   Por si su rigor mitiga,
En suspiros se deshace;
Y es inútil cuanto hace:
Ni la vence ni la obliga.

   Más el amor lo devora
Cuanto ella más se defiende;
Porque si es desdén, le ofende,
Y si es pudor, lo enamora.

   Y no se rinde a su ruego,
Ni la vence su porfía;
Y dicen que pasa el día
Enamorándola ciego.

   Y que humilde en vez de altivo,
El vuelo apenas levanta
De la pudorosa planta
Entre las hojas cautivo.

   Y las flores, sabedoras
De tan extraños amores,
Murmuraron, que las flores
Son también murmuradoras.

   Mas pronto cesó el rumor
De aquel murmullo indiscreto,
Y aprendieron el secreto
Con que se vence en amor.

autógrafo

José Selgas y Carrasco


«El estío» (1853)

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