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LAS DOS CAMELIAS

Tú sabes, Circe mía,
Que tus hermanas las hermosas flores,
Aunque parecen llenas de alegría,
De esperanza y de amores,
Tienen también sus horas de agonía
Y de pena cruel y sinsabores;
Y sabes que, preciadas,
Hay flores vanidosas,
Y que hay flores también desventuradas:
Que no es el solo bien el ser hermosas.

   Quiérote decir esto, Circe bella...
Mas una historia escucha,
Que a contarte me obligo;
Y si piensas en ella,
Comprenderás muy bien por qué lo digo.

   En la bordada orilla
De un manso y melancólico arroyuelo,
Brillaba con lujosa maravilla
Una camelia pura,
Delicioso modelo
De fresca juventud y de hermosura.

   De su tallo arrancada,
Y en la margen amena
Marchita y deshojada,
Otra camelia ¡ay triste! se veía,
Que de pesares llena,
Entre las hierbas húmedas yacía.

   La camelia lozana,
Arrogante y hermosa,
Y como hermosa vana,
Miraba desdeñosa
El triste llanto de su pobre hermana.

   La flor marchita la miraba en tanto
Con lánguida dulzura;
Y dando tregua a su callado llanto,
Dijo con amargura:

   —«También yo tuve deliciosas galas,
Y joven hermosura;
Y lejos de pesar y de congojas,
Los céfiros rizaron con sus alas
El doble manto de mis dobles hojas;
Yo también he vivido
Al dulce amparo de dichosa estrella,
Y también, como tú, también he sido,
Casta, y gentil, y virginal, y bella.

   »Mas supe que era hermosa
Me lo dijeron tantos a porfía...
Que me hicieron soberbia y vanidosa;
Y sólo apetecía,
¡Oh, locas esperanzas!,
El soplo venenoso
De pérfidas y torpes alabanzas.

  »Una mano traidora
Cortóme un día de mi tallo hermoso,
Y —Flor encantadora,
Me dijo con acento cariñoso:
Si tan hermosa eres,
¿Cómo en la soledad y en la tristeza,
Sin lujo vives y olvidada mueres?
Ven, y serás el sol de la belleza,
Y la reina serás de los placeres.-
   »Y fui: y en el exceso
De mi cruel locura,
Presté mis hojas al impuro beso,
Y cayó marchitada mi hermosura.
Después... los que admiraron
Mi fresca juventud y lozanía,
Pronto me abandonaron
A mi eterno dolor y mi agonía».

   Calló la flor, pero siguió llorando;
Y al oír sus congojas,
La camelia feliz, triste y temblando,
Cubrió su cáliz con sus dobles hojas.

      Nunca turbe esta historia
   Tu cándida alegría;
   Mas tenla en la memoria,
   Y no me olvides nunca, ¡oh Circe mía!

Octubre, 1849

autógrafo

José Selgas y Carrasco


«La primavera» (1850)

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