EL GALÁN DE NOCHE
Era un galán bello, y era
Su dulce madre una fuente
Suspirando tristemente
Hablaban de esta manera:
—¿Estás triste?
—¡Oh madre mía!
—¡Suspiras tanto!
—¡Ay de mí!
—¿Quién te da penas?
—El día.
—¿Te gusta la noche?
—Sí.
—¿Pasas el día?...
—Llorando.
—¿De tristeza?
—De dolor.
—¿Pasas la noche...?
—Velando.
—Hijo, ¿qué tienes?
—Amor.
—¿Sin consuelo?
—Sin consuelo.
—¿Y, sin esperanza?
—Alguna.
—¿A dónde miras?
—Al cielo.
—¿Quién es tu vida?
—La luna.
—Cuando la ves, ¿te da pena?
—Lleno de placer suspiro.
—¿Te mira dulce y serena?
—Me mira mucho y la miro.
—¿Quién calma, si se detiene,
Tu amoroso devaneo?
—La ven mis ojos si viene;
Si no, la ve mi deseo.
—Ese amor es desvarío,
Y nadie amó de esa suerte;
Porque ese amor, hijo mío,
Lleva en sus ansias la muerte.
—¡La muerte! dulce alegría,
Única esperanza bella;
En muriendo, madre mía,
Subiré a vivir con ella.
Inquieta gimió la fuente;
Maldiciendo su fortuna,
Levantó el galán la frente,
Y apareció por Oriente
Melancólica la luna.
Octubre, 1849
José Selgas y Carrasco