ODA XXXIII
DE UN CUPIDO
Al partir y dejarla
Medrosa de mi olvido
Me dio para memoria
Dorila un Cupidillo,
Diciéndome: en mi seno
Ya queda, zagal mío,
Si tú la imagen llevas,
Por señor el Dios mismo.
Ten cuenta pues que el tuyo
Le guarde bien, y fino
Por él sin cesar oigas
La voz de mi cariño.
Que aunque cruel te alejas,
Con mi anhelar te sigo;
Y en cuantos pasos dieres
Siempre estaré contigo,
Cual tú en toda mi alma;
Que este donoso niño
Sabrá tu fe guardarme.
Tornarte mis suspiros.
Y de marfil labrado
Diome un Amor tan lindo,
Que viéndole aun Citeres
Creyera ser su hijo.
Vendados los ojuelos,
Luengo el cabello y rizo,
Las alitas doradas,
Y en la diestra sus tiros.
La aljaba al hombro bello,
Y el arco suspendidos,
Que escarmentados temen
Los dioses del Olimpo.
Arterillo el semblante
Cuan vivaz y festivo,
Y así como temblando
Por su nudez de frío.
Yo solícito al verle
Tan risueño y benigno,
Los más dulces requiebros
Inocente le digo.
Y encantado en sus gracias,
Bondadoso y sencillo
Cual un dige precioso
Le contemplo y admiro.
Ya le tomo en mis brazos,
Ya a mis labios le aplico,
Con mi aliento le templo,
Y en mi pecho le abrigo.
Mas tornando a mirarle,
Con él juego y me río;
Y en mil besos y halagos
Las finezas repito:
Tras las cuáles le vuelvo
De mi seno al asilo,
Do aun más tierno le guardo,
Más vivaz le acaricio.
Cuando súbito siento
Tan ardientes latidos,
Como cuando en el tuyo,
Dorila, me reclino.
¿Y qué fue? que en el hondo
Se me entró el fementido.
Del corazón llagado,
Para aún más afligirlo.
Juan Meléndez Valdés
Incluido en Biblioteca Virtual Cervantes.