LAS MADRES
Verde luz y heliotropo en los amplios confines...
El cielo, paso a paso, deviénese incoloro;
en la fuente decrépita iza un iris canoro
la escultura musgosa de los cuatro delfines.
Suena, de roca en roca, sus cándidos trintrines
la vagabunda esquila del rebaño, y en coro,
ante Dios que retumba en la tarde, urna de oro,
los charcos panteístas entonan sus maitines.
Y a grave paso acuden, por los senderos todos,
gentes que rememoran los antiguos éxodos:
mujeres matronales de perfiles oscuros,
cuyas carnes a trébol y a tomillo trascienden,
ostentando el pletórico seno de donde penden
sonrosados infantes, como frutos maduros.
Julio Herrera y Reissig