LOS CARROS
Mucho antes que el agrio gallinero, acostumbra
a cantar el oficio de la negra herrería,
husmea el boticario, abre la barbería...
En la plaza hay tan sólo un farol (que no alumbra).
A través de la sórdida nieve que apesadumbra,
los bueyes del cortijo aran la cercanía,
y en gesto de implacable mala estación, el guía
salpica de improperios rurales la penumbra.
Mientras, duerme la villa señorial... Los amores
de la fuente se lavan en su mármol antiguo;
y bajo el candoroso astro de los pastores,
ungiendo de añoranzas el sendero contiguo,
pasan silbidos lentos y aires de tiempo ambiguo,
en tintinambulantes carros madrugadores.
Julio Herrera y Reissig