EBRIEDAD
Apurando la cena de aceitunas y nueces,
Luth y Cloe se cambian una tersa caricia;
beben luego en el hoyo de la mano, tres veces,
el agua azul que el cielo dio a la estación propicia.
Del corpiño indiscreto, con ingenua malicia,
ella deja que alumbren púberas redondeces.
Y mientras Luth en éxtasis gusta sus embriagueces,
Cloe los bucles pálidos del amante acaricia.
Anochece. Una bruma violeta hace vagos
el aprisco y la torre, la montaña y los lagos...
Sofocados de dicha, de fragancias y trinos,
ella calla y apenas él suspírala: ¡Oh Cloe!
¡Más de pronto se abrazan al sentir que un oboe
interpreta fielmente sus silencios divinos!
Julio Herrera y Reissig