ÚLTIMOS VERSOS
¡Oh Dios infinito! ¡oh verbo increado
Por quien se crearon la tierra y el cielo
Y que hoy entre sombras de místico velo
Estás impasible, mudo en el altar!
Yo te adoro: en vano quieren sublevarse
Mi razón rebelde y cuatro sentidos,
De Dios el acento suena en mis oídos
Y Dios a los hombres no puede engañar.
Mi fe te contempla, como si te viese
Cuando por la tierra benéfico andabas
Curando mil males, y al hombre anunciabas
El reino celeste, la vida sin fin;
O en aquel momento que arrancó a la tumba
Al huérfano joven tu palabra fuerte,
Cuando abrió sus garras la atónita muerte
Y gimió de gozo la viuda en Naím.
¡Redentor divino! Mi alma te confiesa
En el sacramento que nos has dejado,
De pan bajo formas oculto, velado,
Víctima perenne de inefable amor.
Cual si te mirase sangriento, desnudo,
Herido, pendiente de clavos atroces
Morir entre angustias e insultos feroces
Entre convulsiones de horrendo dolor.
¡Señor de los cielos! ¡cómo te ofreciste
A tan duras penas y bárbaros tratos
Por tantos inicuos, por tantos ingratos,
Que aún hoy te blasfeman ¡oh dulce Jesús!
Yo si bien cargado con culpas enormes,
Mi Dios te confieso, mi Señor te llamo,
Y humilde gimiendo mi parte reclamo
De la pura sangre que mana tu cruz.
¡Extiende benigno tu misericordia,
(La misma Dios bueno que usaste conmigo)
A tanto infelice que es hoy tu enemigo
Y alumbra sus almas triunfante la fe!
Ojalá pudiera mi pecho afectuoso
Por todos servirte, por todos amarte,
De tantas ofensas fiel desagraviarte...
¿Mas cómo lograrlo, ¡misero! podré?
Permite a lo menos que mi labio impuro
Una su voz débil a los sacros cantos
Con que te celebran ángeles y santos,
Y ellos, Dios piadoso, te alaben por mí.
Mis súplicas oye: aumenta en mi pecho
Tu amor, Jesús mío, la fe, la esperanza,
Para que en la eterna bienaventuranza,
Te adore sin velo, y goce de ti.
(1839)
José María Heredia