Vino el ángel de las sombras;
me tentó tres veces.
Yo, erguido, tallado en piedra
firme, resistiéndole.
Me torturaba con lágrimas,
látigos y nieves,
con soledades. Me puso
la frente candente.
Toda la noche me estuvo
llenando de muerte.
Separaba con un mar
las orillas verdes.
Entre una y otra orilla
no dejaba puentes.
Se pasó la noche entera
llamándome, hiriéndome.
Diciendo que yo era el rey
del trigo y la nieve,
el rey de las horas negras
y el de las celestes.
Vino el ángel de las sombras.
Yo en pie, resistiéndole.
Esperando que, al cantar
los gallos, huyese.
Alucinado, queriendo
vencerle, venciéndome.
José Hierro