CARACOL
(Homenaje a Ramón López Velarde)
Tú, como todos, eres lo que ocultas. Debajo
Del palacio tornasolado, flor calcárea del mar
o ciudadela que en vano
Tratamos de fingir con nuestro arte,
Te escondes indefenso y abandonado.
Artífice o gusano, caracol
para nosotros tus verdugos.
Ante el océano de las horas alzas
tu castillo de naipes, tu fortaleza erizada.
Vaso de la tormenta, recinto de un murmullo
que es nuevo siempre.
Eco de la marea, círculo de las noches,
tempestad en que la arena se vuelve sangre.
Sin la coraza de lo que hiciste, el palacio real
nacido de tu genio de constructor,
Eres tan pobre como yo, como cualquiera de nosotros.
Asombra que tú sin fuerzas hayas podido urdir
una estructura milagrosa insondable.
Nunca terminará de resonar en mí lo que preserva y esconde.
En principio te pareces a los demás: la babosa,
El caracol de cementerio
Y eres frágil como ellos y como todos. Tu fuerza reside
en el prodigio de tu concha,
Tu evidente y recóndita manera de estar aquí en el planeta
Por ella te buscamos y te acosamos. Tu cuerpo
no importa mucho y ya fue devorado.
Ahora queremos autopsiarte en ausencia, hacerte
un millón de preguntas sin respuesta.
Defendido del mundo en tu interno exterior
que te revela y te cubre estás
Prisionero de tu mortaja, expuesto como nadie a la rapiña
Durará más que tú, provisional habitante, tu obra
mejor que el mármol,
Tu moral de la simetría.
A vivir y morir hemos venido. Para eso estamos.
Pasaremos sin dejar huella.
El caracol es la excepción. Qué milenaria paciencia irguió
su laberinto irisado,
La torre horizontal en que la savia del tiempo
pule los laberintos y los transforma en espejos,
Océanos de azogue opaco que se reflejan a sí mismos.
El esplendor de las tinieblas, la lumbre inmóvil,
la superficie que es su esqueleto y su entraña.
Ya nada puede liberarte: habitas el palacio que secretaste
Eres él, sigues aquí por él. Estás para siempre
envuelto en tu perpetuo sudario
Donde imprimes la huella de tu cadáver. Pobre de ti,
Abandonado, escarnecido, tan blando
Cuando te arrancan del útero que es también tu cuerpo
tu rostro, la justificación de tu invisible tormento.
Cómo tiemblas de miedo a la intemperie, expulsado
de los dominios en que eras rey y te veneraban las olas.
Del habitante nada quedó sobre la playa sombría.
La concha que fue su obra durará un poco más
y al fin también se hará polvo.
Cuando termine su eco perdurará sólo el mar
que está muriendo desde el principio del tiempo.
Agua que vuelve al agua, arena en la arena,
sangre que se hunde en el torrente sanguíneo,
Circulación de las palabras en el mar del idioma:
La materia que te hizo único pero también igual a nosotros
jamás volverá a unirse, nunca habrá nadie
Igual que tú, semejante a ti, siempre desconocido
en tu soledad
Pues, como todos, eres lo que ocultas.
José Emilio Pacheco