UNA LÁGRIMA DE FELICIDAD
Solos, ayer, sentados en el lecho
Do tu ternura coronó mi amor,
Tú, la cabeza hundida entre mi pecho,
Yo, circundando con abrazo estrecho,
Tu talle encantador;
Tranquila tú dormías, yo velaba.
Llena de los perfumes del jardín
La fresca brisa por la reja entraba,
Y nuestra alcoba toda embalsamaba
De rosa y de jazmín.
Por cima de los árboles tendía
Su largo rayo horizontal el sol,
Desde el remoto ocaso do se hundía :
¡Inmenso, en torno de él, resplandecía
Un cielo de arrebol!
Del sol siguiendo la postrera huella
Dispersas al acaso, aquí y allí,
Asomaban, con luz trémula y bella.
Hacia el oriente alguna u otra estrella.
Sobre un fondo turquí.
Ningún rumor, o voz, o movimiento
Turbaba aquella dulce soledad;
¡Sólo se oía susurrar el viento,
Y oscilar, cual un péndulo, tu aliento,
Con plácida igualdad!
¡Oh! ¡yo me estremecí!... ¡Sí; de ventura
Me estremecí, sintiendo en mi redor
Aquella eterna, fúlgida natura!
¡En mis brazos vencida tu hermosura!
¡En mi pecho el amor!
Y cual si alas súbito adquiriera,
O en las suyas me alzara un serafín,
Mi alma rompió la corporal barrera,
Y huyó contigo, de una en otra esfera,
¡Con un vuelo sin fin!
Buscando allá con incansable anhelo,
Para ti, para mí, para los dos,
Del tiempo y de la carne tras el velo,
Ese misterio que llamamos cielo—
¡La eternidad de Dios!
Para fijar allí, seguro y fuerte,
Libre de todo mundanal vaivén,
Libre de los engaños de la suerte,
Libre de la inconstancia y de la muerte
¡De nuestro amor el bien!
Y en un rapto de gloria, de improviso,
Lo que mi alma buscaba hallar creí;
Una secreta voz del paraíso
Dentro de mí gritome: Dios lo quiso;
¡Sea tuya allá y aquí!
Y enajenado, ciego, delirante,
Tu blando cuerpo que el amor formó
Traje contra mi pecho palpitante...
Y en tu faz una lágrima quemante
¡De mis ojos cayó!
¡Ay! despertaste... Sobre mí pusiste
Tu mirada, feliz al despertar;
¡Mas tu dulce sonrisa en ceño triste
Cambiose al punto que mis ojos viste
Aguados relumbrar!
De entonce acá... ¡oh amante idolatrada
Mas sobrado celosa! ¡huyes de mí;
Si a persuadirte voy, no escuchas nada,
O de sollozos clamas sofocada:
«¡Soy suya... y llora así!»
¡Oh! ¡no, dulce mitad del alma mía!
No injuries de tu amigo el corazón;
¡Ay! ¡ese corazón en la alegría
Sólo sabe llorar cual lloraría
El de otro en la aflicción!
El mundo para mí de espinas lleno,
Jamás me dio do reclinar mi sien;
Hoy de la dicha en mi primer estreno,
El lloro que vertí sobre tu seno
¡Encerraba un edén!
—¡Oh!... ¡La esposa que joven y lozana
Diez hijos a su esposo regaló,
Y que después viuda, enferma, anciana,
A sus diez hijos en edad temprana
Morir y enterrar vio!....
¡Esa mujer, que penas ha sufrido
Cuantas puede sufrir una mujer;
Esa madre infeliz, que ha padecido
Lo que tan sólo la que madre ha sido
Alcanza a comprender!...
Ella, pues, cuando a buenos y a malvados
Llame a juicio la trompa de Jehová,
Sus diez hijos al ver resucitados,
Al volver a tenerlos abrazados....
¡Oh! ¡de amor llorará!
Y de esa madre el dulce y tierno llanto
A la diestra de Dios la hará subir;
¡Y tal será su suavidad y encanto,
Que en su alta gloria al serafín más santo
De envidia hará gemir!
Mas ese llanto del amor materno,
Vertido en la presencia del Señor,
Al entrar de la vida al mundo eterno,
No, no será más dulce ni más tierno
¡Que el llanto de mi amor!
1843
José Eusebio Caro