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EL BAUTISMO
A MI SEGUNDO HIJO RECIÉN NACIDO

                        I

¡Ven, y en las vivas fuentes del bautismo
Recibe, oh niño, de cristiano el nombre;
Nombre de amor, de ciencia, de heroísmo,
Que hace en la tierra un semidiós del hombre!

Los hombres que esas aguas recibieron
Con su espíritu y brazo subyugaron
La inmensa mar que audaces recorrieron,
Los mundos que tras ella adivinaron.

Potentes más que el genitor de Palas,
Al rayo señalaron su camino;
Y a los vientos alzándose sin alas,
Siguieron sin temblar su torbellino.

Ellos al Leviatán entre cadenas
Sacan de los abismos con su mano,
Y pisan con sus plantas las arenas
Del fondo de coral del Oceano.

Cristianos son los que esas formas bellas
Con que el Creador engalanó a Natura,
Obligan a vaciar sus blandas huellas
En instantánea, nítida pintura.

De un hilo con la curva retorcida
Los cabos juntan de un inerte leño....
iY el secreto perturban de la vida,
Y agitan al cadáver en su sueño!

Y tú también, eras también cristiano,
Tú que dijiste, contemplando el cielo:
«¡Ya mis ojos no alcanzan, pobre anciano;
Yo rasgaré del firmamento el velo!»

Y en el aire elevando dos cristales,
Vuelta a Venus la faz, puesto de hinojos,
Los ojos que te hiciste fueron tales
Que envidiaron las águilas tus ojos.

Y era cristiano aquel que meditando
En el retiro de modesta estanza,
Sin afán, sin error, pesó, jugando,
Los planetas y el sol en su balanza

                        II

¡Oh prenda de mi amor, dulce hijo mío!
Cuando en edad y para bien crecieres
(Y en el gran Padre Universal confío
Vivirás para el bien lo que vivieres);

Serio entonces quizá, meditabundo,
De ardor, de ciencia y juventud llevado.
Quieras curioso, visitando el mundo,
Juzgar lo que los hombres han fundado:

Conocerás entonces por ti mismo,
Verán tus ojos, palparán tus manos,
Lo que puede el milagro del bautismo
En los que el nombre llevan de cristianos.

Sí; do naciones prósperas hallares,
Sujetas sólo a moderadas leyes
Que formaron senados populares
Y que obligan a subditos y a reyes;

Do al hombre vieres respetar al hombre,
Y a la mujer como a su igual tratada,
Modesta y libre, sin que al pueblo asombre
Viva fiel sin vivir esclavizada;

Do vieres generosos misioneros,
Sin temor de peligros ni de ultrajes.
Abandonar la patria placenteros
Para llevar la luz a los salvajes;

Do vislumbrares púdicas doncellas,
De obscuro hospicio entre las sombras vagas,
Curando activas con sus manos bellas
De los leprosos las hediondas llagas;

Do puedas admirar instituciones
Que abrigan al inválido, al desnudo.
Que amansan al demente sin prisiones,
Que hacen al ciego ver, y hablar al mudo;

Do vieres protegido al inocente,
Castigado al perverso con cariño,
Respetado al anciano inteligente,
Asegurado el porvenir del niño;

Allí do hallares libertad y ciencia,
Misericordia, caridad, justicia,
Dominando del pueblo la conciencia,
De la industria calmando la codicia;

Allí do respetándose a sí mismo
Vieres al hombre amar a sus hermanos,
Podrás clamar: «¡Honor al cristianismo,
Que éstos no pueden ser sino cristianos!»

                        III

¡Esos serán cristianos! herederos
De la virtud y del antiguo nombre
De aquellos doce pobres, compañeros
Del que se hizo llamar Hijo del Hombre;

De Aquel que en un establo fue nacido.
De un artesano en el taller criado,
De los grandes del mundo perseguido,
Y al fin como un ladrón crucificado;

Que nada de su mano que se lea
Nos dejó, ni viajó por las naciones;
Y adolescente al pueblo de Judea
Dio tres años no más sus instrucciones;

Y cuyo Verbo empero más fecundo
Fue que el cetro y la espada de los Reyes:
iCon los siglos creció, renovó el mundo,
Cambió costumbres, religiones, leyes!

1845

autógrafo

José Eusebio Caro


Libro sétimo - El padre II

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