EL SERAFÍN Y LA MUJER
Era tu amante. Desdeñado, triste,
Y el triunfo viendo de un feliz rival,
La esperanza perdí de hacerte mía
Y de obtener tu corazón jamás;
Y arrancar no pudiendo de mi pecho
Ni tu memoria ni mi amor fatal,
Siéndome odiosa ya sin ti la vida
Y un infierno sin ti la eternidad;
Volví mi corazón y alcé mis ojos
Con lágrimas al Padre universal,
Y le pedí que me tornase en nada
Ó se dignase verme con piedad.
Y él me escuchó;&mdassh;la voz oyó de su hijo;
Tornó mi corazón a palpitar,
Y una esperanza angélica, divina,
Bajó del cielo y sosegó mi afán.
*
¡Ay! la hermosa mujer que tanto amaba
De improviso ante mí despareció,
Y en su lugar brillante alzose un ángel,
Un ángel, sí, brillante más que el sol.
Cayó la carne: el alma presentose;
Yo comprendí la gran bondad de Dios,
Yo comprendí que todo aquí no acaba,
Que hay otro mundo de inmortal amor.
Y ya inspirado con tan grande idea
Pulsé mi lira y levanté mi voz,
Y te cité para el postrero día
Para el reino infinito del Señor.
Y aunque lloraba, dulce me era el llanto
Que iba mezclado con mi triste adiós
ün dulce sentimiento de esperanza,
Que aliviaba el pesar del corazón.
*
Hoy, Delina, yo te amo todavía;
Te amo, Delina, cual jamás te amé:
¡Te amo, te adoro, todo yo soy tuyo,
Cuanto ya he sido, cuanto habré de ser!
¡Y, oh dicha inmensa! ¡inapreciable gloria!
Soy amado de ti, tengo tu fe;
No hay ya desaires que afligirme puedan,
Ni rival a quien deba aborrecer.
Ahora yo, pues, debiera ser dichoso...
Mas, ¡ay infortunado! ¿lo diré?
No soy feliz; tu amor, que es mi tesoro,
Es quien me roba mi quietud también.
No hay ya ilusión: el ángel ha volado,
Y en su lugar ha vuelto la mujer:
¡Hermosa, seductora, irresistible.
Que me tiene en cadenas a sus pies!
*
¡Ah! vivir pude y esperar tranquilo
Cuando en ti contemplaba el serafín;
Mas hoy que adoro en ti mi dulce amante,
¡No puedo ya, no puedo en paz vivir!
Tus miradas de fuego me anonadan,
Me hacen temblar tus labios de carmín;
La imagen de tus gracias virginales
Donde quiera me viene a perseguir.
¿Será la dicha, pues, un don funesto,
Y tu amor un castigo para mí?
¿Será infalible, pues, que acá en la tierra
No podré mientras viva, ser feliz?
¡Ah! ni hay ya para mí más que dos muertes:
&mdassh;¡O expirar de dolor lejos de ti,
O en tu seno adorado y palpitante,
De dicha inmensa y sin igual morir!
1842
José Eusebio Caro