CONVERSACIONES
Empuñaduras, cornisas
letales de la fiebre
nos hacen
compactos, cotidianos,
hasta en el exterminio
Como el día,
como un año va en busca del que sigue
y la semana invita al mes
para el olvido,
habitantes de líquidas sortijas,
no dormimos,
gastamos tiempo y muerte en el deseo,
propagamos el único latido
que hace importante al mundo.
Después callamos,
pequeños propietarios del silencio,
y hay un idioma pegado a nuestro cuerpo.
Salen a recibirnos
puertas, y tantos apellidos
de la impudicia espléndida.
Vienen
sombreros, medias, pechos de amantes que aprendieron
antes que tú
y yo
conversaciones desterradas
en el escalofrío.
Aquí te quiero, pues,
como un vaso en la mano,
como abanico o luna,
para morderme a ciegas o enterrarte
en una piedra transparente.
Aquí te quiero, pues,
para poner en ti una herradura
amarga de placer.
Aquí,
carnívora a la hora
del alma,
cenicero de olvido
para dejar migenital ceniza
(y ya eres sombra y huella y agua
permanente).
Sin embargo
tal vez no pueda asirte,
quizás mitorpe movimiento
se apague a cada instante,
y dentro del follaje de una lágrima
quiera gritar «ya basta».
Cómo nos cuesta
cambiar de piel, de nombre, de camisa y de espejo,
saber
que es paulatina la cuchara de todo lo que vive.
Y yo quiero decir
que aquí estoy condenado
a ser dichoso entre tus muslos
como un rayo pudriéndose en un tronco
Cómo nos cuesta
cambiar de piel, de nombre.
El préstamo del día pesa en todo.
Juan Bañuelos