EN VIETNAM LAS PÚAS GOTEAN NUBES DE CORDEROS
Gusanos de sesenta inviernos aspiran sangre
y el fosforescente silencio del Napalm.
La ceniza amarilla de los niños silba una sed de flores
y de frutos, de pájaros y arroz,
mientras en un Rancho de Texas se asa a la parrilla
la res lazada en la mañana,
y huele igual que el cuerpo en llamas de una madre de Da–Nang.
La mueca torva del fusil se hunde en las cuevas de estóma-
gos hendidos; las púas gotean nubes de corderos
y el esplendor del aire es un vellón sombrío.
Todo. Todo será bajo las mangas de helicópteros
y del monzón que rueda como un tanque ciego. Todo será.
Y la muerte en cada bombardeo no detendrá al sol.
Decid en cada calle, en cada casa de todas las ciudades, que
en cada fosa que se cierra un arrozal furioso se levanta
(yo no conozco, hermanos, vuestras tierras, pero veo las
fotos, alguna rápida película, y lo sé todo:
Y en la estremecida quietud de cada rostro sorprendo el
incendio deslumbrado de un pueblo,
para que el futuro comience allí donde acaba la palabra).
Juan Bañuelos