SALA DE CINE
Este día huele a lienzo menstrual de adolescente,
a cosa bien sabida, a níspero y a juncia derramada.
Este día no es más que aquella hormiga lenta
que rodeaba los restos de un grillo.
Vienen ráfagas de espigas mutiladas desde una oscura
panadería, viene el diente de yeso amarillento
del tracoma, y viene una estopa de sol con un cencerro.
Y es que a veces, tal vez por ser tan tarde y desusadamente gris,
se mojan las yemas de los dedos
de cierta blancura de alcatraz.
Hoy entré en un cine y vi gotear el tiempo a través
de rostros ciegos.
Y pregunté por ti, y pregunté por mí, por el tendero y por
el que alzó la voz cuando llegué tarde al trabajo.
Y nadie estaba entonces en la esquina esperando mi encuentro.
Es triste saber que nadie lo espera a uno en ninguna parte.
Sin embargo sé bien que todos nos aguardan en una alta
estación, en los talleres de música solar, en los antiguos
parques y en los mercados que huelen a mandarinas
de la temporada.
En esta ciudad no hay pájaros como en mi tierra.
A cada cinco calles de aceite o gasolina nos inundamos de lobos,
nos acuchilla el humo y la basura
y se desciende en los infiernos en cada paso a desnivel.
Un día, en mi ciudad de fl amboyanes, masqué la soledad
y solapadamente me puse piel de noche.
México me recibió sin arboledas. y no hubo un río
donde
lavar mi herida.
Comí desprecio y un fétido pescado
en los largos Comedores para Ciegos
Detrás de mucha gente, el tiempo y yo sostuvimos
una pesada charola:
Palpé con mi nuevo bastón sepulturero quién iba a mi lado,
quién me oía, quién afl igido, me decía
«coma usted, compañero».
Y no eran sombras y no eran sombras.
Lo supe, y desde entonces se me abrió este dolor
como los ojos de pequeño.
Tal vez esta manera de incendiar la amplia sala de cine
con los harapos de tantos en mis ojos, no sea sino
sólo una forma como llevo el mundo y el amor que le
tengo.
Mas esperen,
que traigo una piedra intensa de sollozo
y voy a romper la pantalla para que entre la vida,
para que venga el disco que lanzó el Oriente
contra el rostro de sombras,
Para que vengan, también, el maíz y la paz a nuestras puertas.
Juan Bañuelos