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ESTA NOCHE Y SUS VIEJOS NÓMADAS DE BLANCO

Y todavía, todavía el ciego Tiresias va cojeando
mientras recuerda al mar.
El astro de Quetzalcóatl anda buscando sitio entre la noche.
La noche con todas las estrellas gira como un viejo
      molino de palomas,
y nosotros, resueltos ya en ruinas, de esta carroña deliciosa
sabremos ser tierra, sabremos ser fuego —sabré ser
      pájaro y su vuelo—
y consentiremos en nuestro propio corazón al hombre.
Ahora cerca del espíritu vamos a crear la palabra
      (un arcoíris movido por el aire).
Que el tiempo nos separe como separa los días y las aguas,
que la palabra sea como la mano de Ananías
      y veamos por una sola vez,
por una, lo que no podíamos ver.
            Porque, ¿qué es el crepúsculo
                sin los ojos del hombre?
            ¿Y qué es la pregunta sin que
                responda el que la sabe?
¡Ay, corazón, alégrate y deja tu palabra en mi boca!
      Hagamos nido en las llamas de las imágenes; que
      un grillo debajo de la lengua vigile el sueño de
      caracol del mundo
mientras danzando enloquecido el viento rasga
            sus ropas en los árboles.
¡Ay, corazón , alégrate, y ante un poco de agua
            del mar en nuestras manos,
sintamos su grandeza al recordarlo!

Y porque nuestro tiempo no es tiempo para interrogar al Mar
sino para poner su boca en el polvo,
y porque ¡ay! difícil es ver la hora desnuda de su arena,
he aquí que un coro de lágrimas se oye en la noche
y las estrellas tiemblan como párpados blancos en los ojos del agua.
—Mas un día oímos la voz de la humedad del río subir
      la sangre hasta la luz, y danzar astillándose en los
      corazones
¡Ay, escribo sin medir camino ni palabras: no tropiece
      mi lengua para fundar el orden y la vida!
Porque la vida es, y como la tierra, se embellece
      cuando arrojamos las semillas.
Sólo cuando construimos nos despojamos de la ebriedad
      de la tiniebla.
—Duermen los siglos en las piedras y el silencio se hace tiempo;
en el verano de los muertos, el adolescente es un peñasco estéril.
Sólo hila una tumba la arcilla que no conoce el agua.

Nosotros nos iremos por los viejos caminos transitados,
por las vías donde desovan los reptiles, por donde se quedó
una estrella que olvidó la noche recoger, por el lagar del sueño,
por donde el colibrí canta y su canto es liquen que cae
para formar nido en el ojo de un ciego.
¡Ah, esta noche y sus viejos nómadas de blanco!

autógrafo

Juan Bañuelos


«Puertas del mundo» (1960)

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