en el círculo de llamas esta danza el movimiento de su pecho a la derecha y el de sus caderas a la izquierda el animal de la
creación en un solo dibujo siempre sagrado sobre el suelo ardiente señora de la danza se cubre a sí misma como
Tetis cubrió a Aquiles pero deja como aquélla una parte de su cuerpo vulnerable una herida por la que entra y sale el nacer y
el morir un hueco helado por donde se fuga lo perpetuo señora de la montaña sus senos son visibles a distancia y en su peso y en
algún regazo labio o valle se asienta su leche dócilmente mientras para vivir los amantes van montados en un pájaro que
emigra y la lengua que los salva de la muerte es llama ojo oh luna colmando de calor la carne vulnerada la luz entra en el hombre por un
instante lateral de la hora y ella se acerca a la escalera del día tan desganadamente que parece que desde antes de subirla ya
estuviera cansada nuestras cabezas como sauces despeinados dan a la mañana que las atraviesa silencio y hacia atrás van los
días ruinosos como un haz sin fin de intemperies toleradas y nos vemos vivos otra vez como larvas que viven sobre rocas lavadas por los
rápidos y se sostienen por discos de succión o anclas de seda para no ser arrastradas por el agua y descubrimos nuestros cuerpos
como parajes quietos entre las corrientes torrenciales y el poema llega frente a aquel que mezcla alma y cuerpo y asiste al nacimiento de un
color e inhala y respira un Dios
pues el día no tiene puertas
humo azul tiempo quemado
Homero Aridjis